El domingo pasado volví de mi vuelta por el Rastro con los ojos llorosos.
Me dieron la mala noticia de que Eva, ya estaba en el Paraíso, se había muerto
y había vuelto al Paraíso de donde salió.
En mis paseos, que a veces son expediciones, por el mercadillo dominical,
paso revista a los vendedores conocidos: Antonio y su hermana que vocean sus
láminas de Madrid; Pilar con sus bisuterías de los cinco rincones del mundo;
Bienvenido entre sus pilas de objetos… A Javier le echo en falta, pero con
alegría, porque se jubiló y ya no va ni a comprar, y así hasta un par de
docenas de vendedores de tesorillos, que cada vez se hacen más raros de
encontrar. Quizás es por eso que el disfrute es mayor cuando surge algo
extraordinario.Eva en todo su esplendor
El tenderete de Eva y sus ayudantes se sitúa en la parte suroeste del
contorno central de la Plaza Vara del Rey. Un kiosquillo cuadrado a media
altura repleto de cosas y dominado por la vista de Eva, que siempre estaba
sentada y controlando todo. En las esquinas hasta cuatro ayudantes que van y
vienen, que charlan y discuten entre ellos, suministran mercancías y
cachivaches a la demanda de los clientes que quieren ver, tocar y cerciorarse
del estado de cada artilugio. Uno creo que es hijo suyo, y los otros lo
parecen. Eva era la madre de todos con su humanidad. Su estaribel es como un
“Cutre Inglés” repleto de los más vulgares o extravagantes objetos, una pila de
libros, un montón de CD’s con música, películas o aplicaciones informáticas.
Eva tenía siempre a mano la sección de perfumería, accesorios y telefonía, sin
prisa, pero sin pausa daba explicaciones o consejos a quien se lo demandara. En
el centro, amontonados juguetes, adornos, floreros, juegos, portafotos,
guantes, pelucas … y no importa qué, se entremezclan y reclaman una atención
especializada para comprender que comparten en su proximidad. En los bordes
cuelgan otros mil y un cachivaches, pañitos bordados, cables informáticos, una
cuerda de cortina con galón… y se unen a bolsas, maletas, cajas, capachos
abiertos que ofrecen cada uno más enjambres de cosas.
Eva era natural de Palencia, una palentina nada fina, cuando tenía que decir algo lo decía alto y claro. Era rotunda, oronda y coqueta. En ocasiones la llevaba aparatos, revistas, dvd’s para aumentar sus provisiones y pelábamos un poco la hebra, sobre achaques y placeres de la vida. Para ella un par de huevos fritos con torreznos, si les comes con gusto no pueden hacer mal a nadie. Siempre estaba sentada con sus kilos de más. Siempre estaba acicalada y adornada con sus complementos de vivos colores. Cuando llevaba cámara de fotos no se resistía y posaba con su nuevo adorno, cinta, sombrero, broche… alguno confeccionado
por mi madre. Me contó que estaba pendiente de que hicieran una exposición fotográfica con sus retratos, realizados por un profesional de La Rioja o de Navarra, no recuerdo bien. Espero que en la red podamos verlos y disfrutar de su presencia imaginaria.
Aún queda su tenderete, pero no será lo mismo.
Espero que en el paraíso sigas repartiendo felicidades en forma de
productos rebajados. Si ves a “El Beni”, dile que los dos sois amiguetes míos,
seguro que se hace cliente habitual de tu puesto rastrero y te tira fotos, y te
regala algún bocadillo con panceta, calamares y bonito.