sábado, 27 de abril de 2024

Mis médicos de infancia: Rafael Martín

 

Ya que la próxima reunión de la Tertulia la vamos a dedicar a la salud, la sanidad (que al parecer va por barrios), a los médicos, al veganismo e, incluso, a nuestros alifafes, me ha parecido oportuno dedicar una entrada del blog a los médicos de mi infancia, que meteré con calzador entre mis personajes populares favoritos.

Antes que nada, debo empezar declarando que mi deformación jardeliana me ha llevado siempre a poner en solfa a la clase médica, a la que Jardiel fustigó frecuentemente en sus novelas y obras de teatro.

Cuando he expresado entre familiares o amigos mis reservas sobre los galenos afirmando, por ejemplo, “que hace falta estar muy sano para ir a verlos”, he recibido las consiguientes rechiflas por parte de los “creyentes”. En defensa de mi opinión siempre he argumentado lo siguiente:

“Compartí la carrera con varias decenas de compañeros ¿a cuántos de estos ingenieros (la pregunta es válida para promociones de abogados, economistas e incluso médicos) le confiaría una empresa de mi propiedad? La respuesta es que no a más de cuatro o cinco. Pues bien, uno va a una consulta, le recibe un médico (que normalmente no es doctor) y pone en sus desconocidas manos nada más, ni nada menos, que su salud y su cuerpo. ¿Has dado con uno de esos cuatro o cinco? ¡Enhorabuena! ¿Has dado con uno del resto? Pues…”

Y todo esto teniendo una ahijada traumatóloga, que sí está entre esos cuatro o cinco de su promoción.

Pero como el saldo de mi experiencia es positivo, quiero rendir homenaje a los médicos de mi infancia como aperitivo a la próxima tertulia.

El primero y principal es Don José María Gil-Casares, que era el médico de cabecera (creo que así se calificaba al médico de familia) que teníamos asignado dentro del cuadro médico del Banesto. Supongo que la asignación era de tipo zonal ya que nosotros vivíamos en el 3 de Gabriel Miró (es decir, las Vistillas) y Gil Casares tenía su vivienda y su consulta en el 9 de la calle de La Bola.


De este edificio nos habla Maribel en su blog, nos dice que es propiedad del Marqués de Rivadulla y que en la entrada hay una copia del Laocoonte con sus hijos, tal vez procedente de la Alameda de Osuna.

Gil-Casares (1916-2009), era miembro de una conocidísima saga de doctores y científicos estrechamente vinculados a la Universidad de Santiago; estaba casado con Carmen Rafaela Armada Comyn, hija del anterior marqués de Santa Cruz de Rivadulla (propietario del edificio), con la que tuvo ocho hijos.

Gil-Casares con la familia en La Toja 1995

Siempre mantuvo un fuerte vínculo con Galicia y en particular con el pazo de Santa Cruz de Rivadulla y con Vilagarcía de Arousa. Más tarde, ya jubilado, pasaba grandes temporadas en su casa de Sanxenxo.

Don José María, que era como le llamábamos tenía una colección muy llamativa de soldaditos de plomo en su sala de espera que acaparaba mi atención y que lograba que me olvidara que estaba en el médico, médico que nos contó algo muy jugoso: cuando terminó la carrera, gracias a la apresurada “toma de apuntes” en el aula había conseguido hacerse con la famosa “letra de médico” ilegible por la forma y por el contenido. Cuando su madre reparó en ello, ¡le puso a hacer caligrafía hasta que consiguió que la letra del hijo fuera descifrable!

En el ámbito puramente sanitario, Gil-Casares era un médico académico, que seguía las normas que le habían enseñado, enriquecidas por su propia experiencia. Disponía de un aparato de Rayos X con el que vigilaba nuestros pulmones (aún recuerdo el frío contacto de las placas) en aquellos años 40 en los que la tuberculosis era el “gran enemigo a las puertas”.

Tenía un físico impresionante, al menos para un niño como yo; era un hombre muy alto, tenía la voz profunda y unas manos que me cubrían el pecho y sobraban. Cuando entraba en casa, casi siempre por mis anginas, llenaba el pasillo.

Preocupado por los temas pulmonares no había ocasión en la que, al acercarse al balcón del cuarto piso de las Vistillas y ver el horizonte despejado, con la sierra el fondo a la derecha, no le dijera a mi madre: “¡Señora, qué suerte, vive usted en un sanatorio!”

Ahora se me ocurre diversas coincidencias entre, este mi médico y mi estudiado Cela: dos gallegos nacidos en 1916, de porte altivo, con voz grave y ocupados por la tuberculosis. Curioso.

El otro médico de mi infancia es Andrés Gutiérrez. No he utilizado el Don por falta de respeto, sino porque Don Andrés Gutiérrez, antes que médico era un rondeño, amigo de mi padre y formaba parte de nuestra “familia ampliada”. No recuerdo que prestara sus servicios en ninguna sociedad u hospital, pero sí que tenía consulta propia a la que acudíamos raramente. Su rol para nosotros era de consultor confiable y de segunda opinión. Cuando la visita del médico del seguro de Banesto no dejaba tranquila a mi madre, le decía a mi padre: “Llama al paisano, por favor”.

Don Andrés era un tipo de médico bien distinto a Gil-Casares; por supuesto conocía la medicina académica, pero prefería lo natural a lo químico. Cuando te visitaba, lo primero que hacía era mirarte a los ojos, tocarte la piel, verte la boca e inspeccionar el cuerpo en general, luego ya entraba en materia.

Era un hombre menudo, de color aceitunado, con voz escasa y mirada inquisitiva, ahora que lo pienso podría haber constituido parte de una eficaz agrupación junto a otros médicos andalusís como:

ABENZOAR, cuya pericia y sentido de la observación fue tal que se cuenta que llegó a curar enfermedades hasta entonces incurable

ABULCASIS, que clasificó los medicamentos simples –con arreglo a sus cualidades: calientes, fríos, secos o húmedos

IBN YULYUL, que nos contó que en aquellos tiempos aún se realizaban prácticas médicas tan contraproducentes como las famosas sangrías –ejercicio luego habitual en los siglos XVI-XVII

En otra ocasión, si ha lugar, hablaré de mis médicos posteriores, incluidos los actuales, entre los que hay más experiencias positivas que negativas.

viernes, 12 de abril de 2024

El fotógrafo y el arquitecto: una historia en el barrio Pacífico. Por Paco Gómez.


Rebuscando sobre los lugares de Madrid y sus edificios singulares, encontré esta referencia de nuestro contertulio Carlos que intentaré completar. Si quieres ver lo que nos cuenta Carlos Osorio clic en el enlace...

 



En el corazón del barrio Pacífico, un singular edificio guarda una fascinante historia que entrelaza las vidas de dos personajes notables: el fotógrafo Jean Laurent y el arquitecto Ricardo Velázquez Bosco.

Dos amigos, dos talentos:

A pesar de la diferencia de edad, Laurent y Velázquez forjaron una profunda amistad. El arquitecto incluso llegó a ser el padrino de uno de los nietos del fotógrafo.

Un proyecto ambicioso:

En 1881, Laurent, ya anciano y enfermo, cedió su negocio a su hijastra Catalina y a su yerno Alfonso Roswag. A cambio, recibiría una pensión y seguiría vinculado a la empresa. En ese contexto, surgió la idea de construir un nuevo edificio que sirviera como estudio y vivienda familiar. El proyecto fue encomendado al amigo y talentoso arquitecto: Ricardo Velázquez Bosco.

Un edificio singular:

El edificio, ubicado en la calle Granada nº 16 con vuelta calle Narciso Serra nº 7, se construyó entre 1884 y 1886. Refleja el estilo neomudéjar tan característico de Velázquez Bosco, con dos cuerpos a modo de torreones a ambos lados del cuerpo central y el uso de ladrillo visto y cerámica.

De estudio a colegio:

La familia Laurent se trasladó al nuevo edificio en 1886. Sin embargo, la crisis económica y el descenso de encargos provocaron la ruina de la empresa. En 1940, el edificio se convirtió en sede escolar, función que ha desempeñado hasta la actualidad.

Un legado vivo:

Hoy en día, el Colegio Público Francisco de Quevedo se alza como un testimonio vivo de la historia del barrio Pacífico. Un edificio que conserva la esencia de dos grandes talentos: el del fotógrafo Jean Laurent y el del arquitecto Ricardo Velázquez Bosco.

Detalles adicionales:

 * El edificio se construyó sobre un terreno accidentado, lo que se refleja en su desnivel.

 * La fachada conserva los adornos de cerámica, probablemente procedentes de la Fábrica de Cerámica de la Moncloa.

 * La familia Laurent se mudó a la calle Granada en 1886.

 * Jean Laurent murió en la casa el 24 de noviembre de 1886, a los 70 años.

 * El edificio ha sido reformado en varias ocasiones, la última en 2002.

Elaborado para la tertulia de los fotógrafos de Madrid.



miércoles, 10 de abril de 2024

Las golondrinas de piedra, por Paco Gómez.





 

En la urbe de Madrid, donde el cielo se tiñe de historias, donde Bécquer soñó con golondrinas de memorias, surge un boticario, de nombre Roberto Moreno, que al poeta romántico desafía con su empeño.

I. El reto del boticario

Don Roberto Moreno, boticario de afán,

al poeta Bécquer quiso desafiar.

"Volverán las golondrinas", versos inmortales,

mas él las soñaba pétreas, sin alas ni vocales.

Construyamos, dijo, un hogar de piedra y cal,

donde las aves de Bécquer puedan ya morar.

Que sean de mármol, blancas, sin canto ni revuelo,

y en los aleros aniden, quietas, bajo el cielo.

II. La obra de Carrasco

Jesús Carrasco, arquitecto de ingenio,

plasmó en piedra el sueño del boticario con brío.

Un edificio imponente, de estilo señorial,

con nidos ocupados, sin canto ni aleteo final.

El arquitecto de renombre,

aceptó el reto, con visión y con asombro.

Un edificio erigió, de la época el reflejo,

para el negocio y hogar, cumpliendo el encargo viejo.

III. Las golondrinas silentes

Desde el uno de mayo, año mil novecientos catorce,

las golondrinas de piedra observan, sin contorsiones.

Un balcón inmutable, sin píos ni aleteos,

un desafío al poeta, un canto a los deseos.

Desde entonces, en Madrid, se alzan con gracia y sin son,

las golondrinas pétreas, obra de imaginación.

Desde aquel mayo del catorce, en el zoolítico lugar,

las aves de piedra observan, sin poder volar.

IV. Un legado perdurable

En la esquina madrileña, la historia se refleja,

un boticario soñador, un arquitecto que se flecha.

Las golondrinas pétreas, testigos de la rima,

un poema en piedra, que el tiempo no lastima.

Bécquer en su tumba yace, mas su poesía perdura,

enfrentada a la ironía de la estatua más pura.


Las aguas del Manzanares: Pablo Linés

 

Los vecinos de Madrid siempre hemos tenido que soportar bromas y chacotas acerca del menguado caudal de nuestro rio, lo cual es en parte cierto y en parte no. Todo depende de la estación en que se mire. El rio Manzanares nace al pie de la Bola del Mundo junto al refugio del Ventisquero de la Condesa y su cuenca está delimitada al norte por las cumbres de las Cabezas de Hierro y parte alta de la Pedriza y al sur por la Sierra de los Porrones. Su caudal es mayoritariamente estacional con los deshielos de primavera y las lluvias de otoño. De la abundancia de aguas quedan noticias los numerosos molinos que albergó su cauce, de ellos siete en el municipio de Manzanares el Real siendo el más grande el conocido como “Molino de la Tuerta” adquirido en 1837 por una familia de Alcoy y reconvertido en la primera fábrica de papel continuo de España, que satisfacía la demanda de este tipo de papel para la impresión de periódicos y gacetas. Aguas abajo es de destacar la presa y las ruinas del Molino del Grajal.

1930: La Presa dique


En 1908, Joaquín de Arteaga, marqués de Santillana y duque del Infantado inauguró el primitivo embalse de Santillana con el fin de proveer agua y electricidad a Madrid. Ya existía el Canal de Isabel II que captaba el agua del rio Lozoya a través de la presa de El Villar desde 1888, porque la del Pontón de la Oliva sufría importantes pérdidas. Es la razón por la que algunos barrios de la capital tenían agua del Canal y otros de la Hidráulica de Santillana. El embalse tenía dos diques en forma de luna y en su unión estaba la torre de captación, construida en estilo gótico isabelino con el vecino castillo. En los años sesenta del pasado siglo la compañía fue absorbida por el Canal de Isabel II y se construyó un nuevo muro permaneciendo la antigua construcción semisumergida, pasando la capacidad del embalse a 91 hectómetros cúbicos.

La capital sufría históricamente inundaciones en las crecidas del río y a pesar del embalse estas continuaron en menor medida. Es por ello que se procedió durante el siglo XX a la canalización del lecho del río a su paso por la ciudad. Todavía podemos ver en periódicos y documentales del No-Do reportajes sobre los daños por el agua en los años sesenta. En 1970 se inauguró el embalse de El Pardo que nacía con vocación de permanecer medio vacío para evitar nuevas avenidas. Con capacidad para 45 Hm cúbicos su nivel suele permanecer por debajo de la mitad. A primeros de febrero de este año su nivel se situaba al 40% de su capacidad y en el mes de abril, con las abundantes precipitaciones, al 76%. Es muy agradable el paseo para ver la salida del desagüe por donde fluye el caudal del rio.

El Aprendiz enfurecido


Hoy en día el cauce ha sido renaturalizado dotándole de vegetación y se han dispuesto una serie de estanques de tormentas que evitan los vertidos directos al río cuando se producen esos hidrometeoros. Esperemos que estas medidas sean suficientes cuando el Manzanares se torne furioso.

 

viernes, 29 de marzo de 2024

“El día en que Valle-Inclán detuvo a un policía”

 



 

Sucedió en 1927. Se estrenaba en el teatro Fontalba una obra de un escritor mediocre favorecido en su carrera literaria por su apoyo al gobierno de turno. Valle-Inclán acudió al estreno en calidad de crítico teatral. Don Ramón iba bastante excitado. No tenía la menor intención de ser objetivo ni ecuánime con ese autor, con el que había tenido algún rifirrafe en el pasado, y las reservas de empatía se le habían vaciado por completo a través de su úlcera péptica.

Comenzó la sesión y nuestro crítico no cesaba de rebullirse en su asiento mostrando visiblemente su disconformidad. En un momento de la representación, Valle se puso a vociferar:

—¡Muy mal, muy mal, muy mal!

Algunos espectadores le pidieron que se callara; pero Valle protestaba cada vez con más ímpetu. Entonces el público, molesto con su actitud, se puso a aplaudir a los actores. Mientras tanto, el dueño del teatro llamó a la policía, y se presentó un agente uniformado que pidió a nuestro hombre que le acompañara.

—¡Detenga usted a los que aplauden!—gritó Valle.

Llegados al Ministerio de Gobernación, Valle fue conducido ante el comisario jefe. Al entrar a su despacho, el barbudo y enclenque escritor agarró del brazo al policía que lo acompañaba y exclamó:

—¡Aquí traigo detenido a este policía que no ha sabido defenderme de un público lamentable!

El comisario se rió mucho con la ocurrencia de Valle, pero, conforme a la ley, no tuvo más remedio que imponerle una multa.

—Póngame todas las multas que quiera, que no pienso pagarlas.

Y, como era hombre de palabra, no pagó. Eso sí, cada mes le llegaba a su casa la notificación de la multa con el recargo correspondiente al impago reiterado. De paso le advertían que si no satisfacía el importe en el plazo máximo de dos años, tendría que ir a prisión.

Finalmente, Valle-Inclán cumplió un arresto de quince días en la Cárcel Modelo de Madrid.

 

Carlos Osorio García de Oteyza

martes, 19 de marzo de 2024

Copa de Higía: Un Mito Madrileño. Por Paco Gómez.


Esta entrada sobre material lítico, se la dedico al tertuliano que más sabe sobre las piedras de Madrid.

Comienzo la historia  agrupada bajo el nombre de zoolítico madrileño con la pétrea copa de Higía.

Si sabes dónde está déjamelo en los comentarios.

La ciudad de Madrid, donde el Manzanares serpentea bajo el sol ibérico, se encuentra un templo a la diosa Higía, guardiana de la salud y la sanidad. En su fachada, una reliquia sagrada: la Copa de Higía, símbolo de la farmacia y la medicina.


La historia de la copa se remonta a la antigua Grecia, donde Asclepio, dios de la medicina, tenía dos hijas: Higía y Panacea. Higía, diosa de la higiene y la prevención, era representada con una serpiente enroscada en una copa, simbolizando la curación y el conocimiento curativo. Panacea, por su parte, era la diosa de los remedios y las curaciones milagrosas.


Un día, una serpiente, símbolo de la sabiduría y la renovación, se acercó a Asclepio y le susurró al oído los secretos de la curación. Asclepio, con su sabiduría y la ayuda de sus hijas, sanó a enfermos, ganando fama y renombre.


Zeus, el rey de los dioses, celoso del poder de Asclepio y temiendo que los mortales pudieran alcanzar la inmortalidad, fulminó al dios con un rayo.


Las hijas de Asclepio, afligidas por la muerte de su padre, heredaron su conocimiento y poderes curativos. Higía, con su copa y serpiente, se convirtió en la diosa de la farmacia y la prevención de enfermedades, mientras que Panacea, con sus remedios mágicos, continuó sanando a los enfermos.


La Copa de Higía llegó a este lugar de Madrid de manos de un  gran arquitecto modernista, Jesús Carrasco - Muñoz, que buscaba un lugar seguro donde proteger el legado de la diosa. El alarjife construyó un templo en su honor y la copa se convirtió en el símbolo del conocimiento curativo y la protección contra las enfermedades.


Con el paso del tiempo, el templo se convirtió en una famosa botica, un lugar donde la naturaleza y la vida, podían ser cuidados y protegidos. La Copa de Higía permaneció en el zoolítico madrileño, un recordatorio constante de la importancia de la salud, la higiene y la protección de la vida en todas sus formas.


Hoy en día, la Copa de Higía continúa siendo un símbolo venerado en el zoolítico de Madrid, un lugar donde la ciencia y la mitología se unen para celebrar la vida y el bienestar. La copa nos recuerda el legado de Asclepio, la sabiduría de Higía y el poder curativo de la naturaleza, inspirándonos a cuidar de nuestra salud y proteger el mundo que nos rodea.

lunes, 18 de marzo de 2024

El Madrid de la Pandemia: Mayte González-Gil

 La pandemia irrumpió en España y Madrid de pronto se convirtió en uno de los epicentros europeos. El estado de alarma nacional del 14 de marzo de 2020 obligó a los madrileños a quedarse en casa. Solo desde junio, y gradualmente, se empezó a reconquistar las calles con horarios restringidos y en un radio limitado. El Consejo de Ministros aprobó el 4 de julio de 2023 el Real Decreto que puso fin a la crisis sanitaria por Covid-19 en España. El 30 de junio de 2023, la Comunidad de Madrid confirmaba el dato de personas contagiadas por coronavirus desde el principio, 2.016.900, un tercio de la población madrileña que era en esa fecha de 6.848.354 habitantes y elevaba a 21.361 las personas fallecidas, hasta 140 diarias en el peor de los momentos (1).

Madrid, la tercera región más poblada del país, con la mayor concentración de ciudadanos y con la mayor movilidad de la Península, fue el territorio más golpeado por la Covid en España. Especialmente en la primera ola, donde el virus hizo estragos con una gran presión hospitalaria y unas UCIs al límite. Y tampoco se libró de la segunda y de la tercera ola. Una presión que no se consiguió aligerar a pesar de la construcción contra reloj del nuevo hospital de IFEMA dotado de 1.300 camas atendidas por 3.000 profesionales que estuvo en funcionamiento entre el 22 de marzo y el 23 de abril de 2020.

Nuestras Plazas

Madrid se quedó vacía. El silencio se adueñó de un día para otro de sus calles. Casi sin
coches y los raros transeúntes que se aventuraban a salir de sus casas iban bien protegidos con mascarillas y sólo para ir a comprar comida o medicinas. 
Nuestras Avenidas

La ciudad cesó su actividad. Se cerraron los colegios y las universidades, museos, cines y teatros; las autoridades sanitarias y gubernamentales pedían que se cancelaran los viajes. Los mercadillos dejaron de funcionar, la Liga de Fútbol se suspendió y hasta las iglesias emitían las misas televisadas. Las empresas se movilizaron para gestionar el teletrabajo con todos aquellos empleados para los que les fuera posible realizar su tarea desde casa. 
Nuestras Calles

Asomarse a la ventana o al balcón a ver la calle era un lujo que no todos se podían permitir. Pero lo que se veía aún dolía más. Una ciudad paralizada que ofrecía estampas insólitas que jamás pensamos que podríamos ver. Nuestro Madrid bullicioso, alegre y ruidoso ofrecía una imagen congelada, silenciosa, extraña. Calles, plazas y avenidas habitualmente abarrotadas ofrecían un espectáculo al que no llegaríamos a acostumbrarnos, el de un desierto de hormigón, el paisaje distópico de una desgracia colosal.
Nuestras Personas

Y tal vez lo peor fue la regla de mantener la distancia en aquellos lugares donde se coincidía con otras personas. Los abrazos estaban proscritos y, por supuesto, los besos. La distancia de seguridad obligaba a mirar con recelo al otro. Los ancianos que estaban en aquellos momentos en residencias sintieron de una forma cruel la soledad y la falta de contacto con sus seres queridos.

Las restricciones cambiaron las rutinas, los horarios. La limitación de movilidad nos obligó a dejar volar la imaginación. Raro era el día en que no recibíamos varios mensajes llenos de humor para reírnos del confinamiento y, al menos por unos minutos, dejar de llorar ante las noticias que día tras día nos daban las frías cifras de fallecidos y contagiados. El aburrimiento y la falta de actividad sólo se rompían cada día a las 8 de la tarde y, como accionado por un mecanismo visceral, el cielo negro se llenaba de gritos, aplausos, bocinazos, sirenas de policía y hasta cohetes que, a falta de fiestas, se lanzaban desde alguna azotea. Todo para dar las gracias al sector sanitario que, con abnegación y entrega, estaban en primera línea de un combate singular, un homenaje que, con la música de fondo de la ochentera canción del Dúo Dinámico “Resistiré”, se convirtió en un himno colectivo de fortaleza y superación, el único sonido de la ciudad.

Fueron 100 días y se hicieron muy largos. Mejoramos nuestras dotes de cocineros y aprendimos repostería. Jugamos a todo lo imaginable con los niños e incluso convertimos en gimnasio el salón de casa. Nos vimos todas las pelis de las plataformas y ordenamos los armarios. Hablamos con los amigos que estaban lejos y que ahora estaban más cerca que nunca. Nos necesitábamos.

Nunca antes habíamos apreciado tanto el paseo por el parque, el indolente callejeo sin rumbo fijo, la tarde de compras y hasta la rápida caminata bajo el paraguas para guarecernos en cualquier bar y calentarnos con un café humeante. Madrid dolía. Ofrecía un dibujo distorsionado, un aspecto triste, el de una ciudad enferma, llena de miedo y soledad. Una etapa que se superó pero que ha dejado cicatrices, hablamos de un antes y un después y sólo recordando aquellos días podemos volver a apreciar lo que vale nuestra libertad.

(1)    Fuente: Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, www.epdata.es


domingo, 17 de marzo de 2024

El fotógrafo fotografiado: Rafael Martín

 

Carlos, nuestro paciente pastor (hay mucho “protestante” en la Tertulia) ha determinado que la próxima reunión, que se celebrará el día de San José (no tenemos ni un Pepe, ni una Pepa), se dedique a hablar de nuestras fotos favoritas de Madrid, lo que yo traduzco inmediatamente como una nueva etiqueta del blog Nuestro Madrid.

Es cierto que produce un cierto rubor hablar de fotografía en un grupo en el que hay importantes profesionales del gremio y no menos importantes aficionados, pero allá voy sin-vergüenza.

Mi foto favorita, ¡qué difícil elección! Tras darle muchas vueltas, al final opté por la que da nombre a esta entrada, pero antes de exponerla y explicar esa elección tengo que satisfacer unas cuantas deudas fotográficas contraídas con mi (nuestro) Madrid.

Mi primera deuda es con Las Vistillas “meloneras”; ¡menudo mercado! Por la dimensión de los stands, debían citarse en este lugar compradores de muy diversos barrios y zonas de Madrid. Se puede observar que no se había construido el ala norte del Seminario, que mi padre decía le había privado de disfrutar de la visión de las Sacramentales, que ayuda a la meditación sobre lo efímero de nuestra existencia.

Mi segunda deuda es con el Cuartel del Rosario, cuya vista aérea, tomada del blog Historias Matritenses, permite apreciar su importante dimensión. Ahí tenemos ahora la Dalieda llena de rosas y el llamado Parque de la Cornisa. Si lo hubieran derruido y si no hubieran volado para abrir la Gran Vía de San Francisco, ahora podría ver desde mi balcón la querida casa de mi abuela y el balcón entre cuyos barrotes metí la cabeza hasta que gracias al jabón pudieron extraerla.

Mi tercera deuda es más cercana en el tiempo, ya que está a caballo de la guerra “civil” y mis investigaciones sobre la estancia de Cela en Hoyo de Manzanares en el verano de 1942. Se trata de una muy conocida foto de la farmacia situada en el 39 de la Gran Vía, casi esquina con Callao, que estuvo protegida con sacos terreros, para evitar los destrozos de los bombardeos dirigidos, principalmente a la Telefónica. Ese trozo de Gran Vía se llamó, consecutivamente: Avenida de Pi i Margall; de la CNT; de Rusia; y de José Antonio. Pues bien, la titular de la Farmacia era Mª Luisa Conde Picavea, y su hermana Charo era, en aquél 1942, novia de Camilo José Cela, que veía a lo lejos, desde el Pabellón de Reposo de Hoyo la silueta de la Telefónica y añoraba a su novia, que echaba una mano a la hermana en la farmacia. 
Y ahora, pasando olímpicamente de la considerada primera foto de Madrid, porque por mucho mérito que tenga y por mucha curiosidad que concierte, poco o nada tiene que ver con mi vida, mis recuerdos o mis vivencias, y dejando a los expertos que nos hablen de los grandes fotógrafos de Madrid como es el caso, por ejemplo de: Charles Clifford (el espía), Jean Laurent, Ramón Masats, los Alfonso Sánchez (padre e hijo), Catalá Roca o Santos Yubero, me meto de lleno con la que he elegido para personalizar y titularizar esta entrada: El fotógrafo, fotografiado, porque no me he atrevido a titularla: “El fotero, foteado” (dejo las patadas al diccionario a los profesionales entusiastas de esta actividad) 
Mis razones para haber considerado como mi favorita esta foto son varias y de muy diversa índole:
-Porque Alfonsito, que fue quien fotografió al fotógrafo, era vecino. Había nacido en la Morería y estudió en el Liceo Francés, que estaba en la calle Príncipe de Anglona, como muchos de mis amigos del barrio.
-Porque deja testimonio de un oficio desaparecido, el del "minutero", aunque de vez en cuando en los alrededores del Palacio Real veo a alguno que disfraza al posante y ejerce de minutero.
-Porque está tomada en la Plaza de Oriente que es uno de los lugares más fotografiados de Madrid, gracias a lo cual podemos ver las distintas versiones con las que nos han obsequiado nuestros munícipes: Plaza redonda o cuadrada; Reyes alrededor o Reyes dentro; verjas protectoras o espacios expeditos; Calles circundantes con Perico dando vueltas, con coches o peatonales; etc.
La foto está tomada allá por 1925 y parece que los Reyes estaban de espaldas a la estatua de Felipe IV.
-Porque la imagen es entrañable: El padre, que ha venido de la periferia a la Capital, le pide al minutero que le "eche" una foto a los niños que posan entre curiosos y asustados para inmortalizar el momento. El niño está en posición de firme, lo que hace peligrar los botones de la chaqueta.





 

sábado, 9 de marzo de 2024

Tarde de otoño en Platerías: Rafael Martín

 Como me viene sucediendo en cada nueva Categoría que abro en Nuestro Madrid, no me resulta nada sencillo elegir mi favorito, seguramente porque Madrid “da pa mucho”.

En el caso de mi canción favorita la competencia es agradable, entrañable, pero brutal. Desde los innumerables números de nuestras zarzuelas más representativas (La Verbena, La Revoltosa, Agua, azucarillos, La Gran Vía, etc.), el universal chotis mejicano de Lara, el Cocidito Madrileño de Quintero y León, esa chulesca sigla de Pedro Llabrés:

Maravilla

Andóbal

Da (el alma, a todos)

Risueño

Inmortal

Dignidad (que sobra)

la madrileña bonita, si vas a la verbena, de España vengo, etc., y todas aquellas que sin duda se le ocurrirán al resto de contertulios, ofrecen una amplia panoplia imbele de posibilidades. Para gustos....

Pues bien, hasta a mí me ha sorprendido que la canción que me ha venido a la cabeza para que ocupe el puesto de favorita sea: Tarde de otoño en Platerías, que seguramente sólo recordarán algunos de los tertulianos más veteranos.

Esta canción, de Alejo León Montoro, con la colaboración de Solano y Aguilar, era de las que yo oía con frecuencia durante mi niñez en las peticiones del oyente de Radio Madrid, en competencia madrileña con el Romance de la Chata, de Rafael Duyos, que tan magistralmente declamaba Alejandro Ulloa y que ha estado a punto de ser mi favorito, aunque no fuera una canción propiamente dicha.


El Café de Platerías ocupa un lugar significativo en la historia del Madrid de la segunda mitad del XIX, por sus tertulias, sus conciertos y sus conciliábulos revolucionarios. Estaba situado en la calle Mayor, a la altura de la Puerta de Guadalajara, es decir entre Herradores y San Miguel. Recuerdo bien que esa zona, para mi madre, era “Platerías”.

El café cerró en 1946, fecha que debió coincidir con la creación de la habanera que estoy evocando.

Existe una digna versión “moderna” hecha por Mocedades, pero como es lógico la que incluyo aquí es la que oía en mi mocedad, cantada por García Guirao, nombre artístico de Juan García Pérez, cantante murciano de zarzuela y canción moderna, que desarrolló parte de su carrera en Argentina.

La letra de la canción es la siguiente: 

La tarde clara, de otoño madrileño

que, en Platerías, tomaba yo café,

con tu vestido gris, entrar en el salón, te vi

y al verte tan bonita, me puse junto a ti.

 La tarde moría en los espejos,

soñaba el amor en los divanes

y todo yo temblé, en el momento aquel, mi bien,

que todo ruboroso, mi amor te declaré.

 Tarde de otoño llena de sol de Madrid,

café de mis sueños donde mi amor encontré.

¡Ay, 1800, qué lejos ya estás de mí!,

todo pasó como una luz que yo apagué,

tarde de otoño llena de sol de Madrid.

 Alfonso XII volvía de los toros,

Julián Gayarre cantaba en el Real

y yo, en aquel café, gustoso te cité, mi bien

y sueños de ilusiones, inquieto te esperé.

 Las luces de gas iban creciendo, la noche llegaba lentamente

y al no verte venir, creyéndome de amor, morir,

me fui de Platerías, pensando solo en ti.

 ¿Y qué tiene esta canción para que la elija como mi favorita? Pues no lo sé a ciencia cierta. 

Es evidente que yo no fui al Café de  Platerías; que no alternaba en  los toros con Alfonso XII; que no oía a Gayarre en el  Real…, puede ser que desde mi más tierna infancia yo haya sido  un cursi melancólico al que le gustaran las habaneras y los amores imposibles… pero no, lo que  me ha atraído siempre de esta canción es el protagonismo del otoño madrileño que es, sin duda, mi estación favorita: eso de la tarde moría en los espejos, lo de las luces de gas iban creciendo o lo de que la noche llegaba lentamente, siempre me ha llegado a las entrañas otoñales, como las castañas o las largas tardes jugando al futbol hasta la hora de cenar

¡Qué le voy a hacer!

 

 

 




 

lunes, 4 de marzo de 2024

Los Cormoranes de la Casa de Campo: Pablo Linés

Recuerdo que hace veintitantos años nos acercamos una tarde al lago de la Casa de Campo acompañados de niños para dar de comer a los patos. Después he sabido que una de las peores cosas que podemos dar a estas aves es pan, palomitas y chuches. Al caer el pan los patos se alejaron y observamos como el agua entraba en una especie de agitación para dar paso a un montón de bocas de unos peces enormes que pugnaban por pillar algún trozo. Los niños más pequeños se asustaron muchísimo. En el Lago había una sobrepoblación de carpas, barbos y otras especies que desconozco. Con motivo del último vaciado del estanque se procedió a hacer una selección de las especies que lo iban a habitar tras el llenado y actualmente ya no se aprecian signos de sobrepoblación.


La regulación ha venido de una especie que se ha sumado a los habitantes del Lago, en concreto de un ave. Desde hace unos años algunos ejemplares de cormorán grande se han instalado de forma permanente, antes lo hacían durante los meses de invierno para migrar hacia el Norte de Europa en verano, y son unos excelentes pescadores. Paseando por la orilla se puede observar cómo se sumergen en el agua y en una buena parte de las inmersiones salen con un pez en el pico que rápidamente ingieren. Ahora la duda que tengo es si hay suficientes peces para alimentar a estas aves. También se pueden observar gaviotas reidoras y gaviotas sombrías que acuden durante el día a comer a los vertederos de la zona por ser carroñeras y duermen en muchas zonas del río Manzanares, lago de la Casa de Campo, embalse del Pardo, y otros humedales. No conviene acercarse a ellas ya que al estar en contacto con basuras son transmisoras de enfermedades y muy agresivas en época de cría.

En cualquier caso, la Casa de Campo es uno de los tesoros que tiene Madrid.


jueves, 29 de febrero de 2024

Fulano y Mengano: Rafael Martín

En su día, la Tertulia dedicó una de sus reuniones para hablar de Madrid en el cine. Salieron a la luz decenas de películas en las que Madrid era algo más que el decorado de fondo y cada tertuliano expresó sus preferencias y recuerdos.

Supongo que yo destaqué, como voy a hacer ahora, la que considero mi película favorita sobre Madrid, que no es otra que Fulano y Mengano, en dura y limpia lucha con tantas otras en la que Madrid luce de forma especial.

Mi favoritismo por esta peli ya quedó de manifiesto al dedicarle una entrada en el blog La muralla reciclada, entrada que tuvo una muy buena acogida, como lo prueban los jugosos Comentarios recibidos.

La película está oficialmente fechada en 1959, pero está grabada en 1956-57, como lo atestigua uno de los ”comentaristas”, que apareció de chaval en una escena grabada delante de Palacio, así como que la zona no estaba aún afectada por la apertura de lo que hoy es la Gran Vía de San Francisco, cuyo inicio, con la voladura del primer inmueble, es de 1958.

El Director, Joaquín Luis Romero Marchent, fue uno de los creadores del spanish western, y quizás alcanzó su mayor popularidad al dirigir diversos capítulos de Curro Jiménez.

El guion de Fulano y Mengano lo compartió con Jesús Franco y con José Suárez Carreño, un mexicano con una biografía bien curiosa; hombre claramente integrado en la izquierda, pero con significativas relaciones con distintos personajes del Régimen, lo que le permitió trabajar durante aquellos años en España, y participar en la "denuncia" de la situación social del País.

La película muestra un Madrid marginal, con personajes que sobreviven casi milagrosamente a la carencia de lo más elemental, empezando por la comida, pero compartiendo las penurias y apoyándose unos a otros con la solidaridad propia de los desamparados.

Los actores protagonistas son un inmejorable Pepe Isbert y unos eficaces Juanjo Menéndez y Julita Martínez. Curiosamente, gracias a la película he recordado uno de los usos y costumbres desaparecidos de la calle madrileña cual era la venta ambulante de corbatas, que seguramente se apoyaba en aquello de que: al hombre de corbata, según se le ve, se le trata.

Pero lo que aquí importa es que, junto a los actores, la película tiene otro gran protagonista: MADRID. Aunque sin mucho orden, ni concierto, Madrid se integra en la trama y aparece aquí y allá según los intereses y caprichos del Director. Entre otras apariciones, los protagonistas salen de una supuesta cárcel, en la plaza de las Comendadoras y deambulan por la calle de la Palma y Amaniel; a Pepe Isbert le dan limosna ante las verjas de la Plaza de la Armería; pasean por el Viaducto; y al final todos los protagonistas se persiguen en un absurdo recorrido en el que aparecen, entre otros: La calle Segovia, bajo el Viaducto; la calle del Rollo; el Puente de Segovia; la Estación de las Pulgas; la Fábrica del Gas; la zona inferior de la Costanilla de San Andrés…; terminando en una falsa Comisaría (que recuerdo haber visto con cierto asombro) situada en un inmueble, ya desaparecido, de la Carrera de San Francisco, que continuaba la fachada del Palacio del Infantado, futuro Museo de la Mahou.

Pero, además, la película tiene un especial interés para mí por la aparición del pedernal en varios muros y paredes en la zona de San Francisco que ahora llaman Parque de la Cornisa y en concreto en la calle del Rosario.


En efecto, Isbert y Menéndez, tras salir de la cárcel condenados por delitos que no habían cometido, se refugian en una casa con aire de palacete en ruinas, que la acción sitúa al final de la calle del Rosario, en los altos de la Cuesta de las Descargas. Ese “palacete” que yo no llegué a visitar, si lo hizo un amigo con no poco temor por su estado, tenía en sus paredes (a espaldas de los protagonistas) pedernal, como también lo tiene la tapia por cuyos boquetes entran y salen de lo que antaño fue Convento y Cuartel.

Esa tapia que se puede observar muy bien en la foto (superior izquierda), al final de la calle del Rosario, creí en su momento que podrá formar parte de la Cerca de Felipe IV, pero no debe ser así. Sí que aún existe el trozo de Cerca que limita por el oeste los terrenos del Seminario, como antes limitó la finca del Duque de Osuna (foto inferior izquierda). Por debajo de ese trozo de Cerca se iniciaba lo que se conocía como la Cuesta de la Mona.  

PALACIO DE LAS VISTILLAS 1855

Es de suponer que esa tapia que juega un papel importante en Fulano y Mengano era la que cerraba por el este la finca del Duque del Infantado, que pasó a ser del Duque de Osuna y que circundaba lo que se conocía como el Palacio de las Vistillas.



 

 

 



domingo, 25 de febrero de 2024

La dama inclinada o El hechizo de un estanque: Adriana Sánchez

Llegó a la pequeña plaza con el sopor de la tarde. Había atravesado el túnel de moras y membrillos, protegida en la penumbra de aquella gruta verde del intenso ardor del verano. A pesar de ello estaba sofocada, con las mejillas de fuego sobre su piel tan blanca. No sabe donde se encuentra, apenas conoce este jardín magnífico, que envuelve el palacio del Buen Retiro.

Había estado allí en otras ocasiones, acompañando a la pequeña, pero solo en el interior de palacio, fue en aquel festejo en la Plaza Grande, donde los jóvenes hicieron el Juego de Sortijas, y contendieron con el Estafermo, pero ella se había retirado pronto porque la niña se aburría. También había asistido a alguna mascarada e incluso a una comedia en el Coliseo. Aquella tarde tan sofocante le pesaba el aire denso y solemne del palacio, al igual que le sucedía cada día entre las severas paredes del Alcázar.

Huyendo de esa congoja, la muchacha se había escabullido, burlando la inquisidora vigilancia de doña Marcela, que cabeceaba somnolienta, mientras la pequeña e Isabel dormían a su lado. Recorriendo largos pasillos había llegado al exterior.

Autora: Adriana Sánchez

Un halo verde le saludó en la cara. Estaba en el Jardín de la Reina, en su centro la estatua de un brioso corcel se elevaba sobre sus patas traseras como dispuesto a volar.

Volar, eso habría querido ella, volar y perderse por aquel espacio frondoso y libre, correr, pese al complicado juego de enaguas que se enredaban entre sus piernas, pese a la incomodidad del guardainfante. Sabía que no podría demorarse demasiado, cuando la pequeña despertara debían regresar con rapidez al Alcázar, el aposentador mayor les esperaba.

Es un jardín grandioso, robles, álamos, almendros..., no sabe bien qué dirección tomar, pero ella quisiera conocer aquellas maravillas de las que le habían hablado, alcanzar ese Estanque Grande que decían pequeño mar, y ver esos espectáculos donde se simulaban heroicas batallas navales, o navegar en la hermosa góndola de los reyes, toda tallada en oro y plata, y contemplar desde allí, aquellos fuegos y artificios que pintaban de mil colores los cielos de Madrid en las noches de verano..., quizá tomaría en el embarcadero una pequeña falúa que la llevaría por todo el bosque, recorriendo aquel canal de Mallo que brotaba del propio Estanque. Mientras, los ministriles entonarían armónicas baladas. Entonces llegarían hasta la ermita, la ermita de San Antonio de los Portugueses. Se decía, la más hermosa de todas las que poblaban aquel bosque. La reconocería por su chapitel de pizarra, las columnas de mármol blanco y negro de su portada y por  la imagen del Santo. Pero ante todo, por aquel estanque ochavado, que como una enorme flor lo envolvía entre sus pétalos. Había oído contar cómo en aquel lugar se organizaban alegres fiestas de música y danza, donde abundaban los vinos, alojas, refrescos y tantos deliciosos confites y viandas. Y desde lo alto, podía observarles aquella otra ermita, de tanta devoción, del Santo milagroso para las afecciones  de garganta.

Sí, habría querido llegar hasta allí, y a mil sitios más, de los que había escuchado tales prodigios: la ermita de San Pablo, la Pajarera de don Guzmán y sus aves fabulosas...

Sin embargo, tras elegir aquel pasadizo entre los ocho que se ofrecían ante ella, había llegado allí, tan sonrojado el rostro, hasta ese rincón desconocido donde la recibía una discreta plaza con un pequeño estanque también ochavado. No tenía mayor encanto el lugar que una isla artificial y un sencillo templete en el centro del agua. Aquello era muy distinto al asombro y grandeza que ella había imaginado. Sin embargo algo escondía aquel refugio solitario que lo envolvía de magia, quizá fuese el esplendor del bosque, la fascinación del silencio, o aquellas fragancias verdes que lo revestían todo de misterio.

Fue entonces cuando su imaginación crea un sortilegio, y a sus ojos, pequeñas campanillas de plata se prenden del breve tejado, de las hojas verdes, de las ramas de los árboles, que a la luz del sol reverberan  en el agua con luces doradas y cálidas.

Son aquellas voces quienes rompen el hechizo. La están buscando, la infanta ha despertado, urge el regreso al Alcázar, don Diego les espera...

Autor: Diego Velázquez

Ella se apresura, y con su gesto impetuoso levanta un leve soplo de aire que agita las hojas de los árboles, como si fueran  las campanillas de plata de su sueño, y que aún destellan en las luces del estanque.

Pero ella corre, corre sin mirar atrás, regresa agitada, con las enaguas revueltas, con su piel blanca y el fuego en el rostro. Conoce la impaciencia del pintor que les aguarda en el  Alcázar. Sabe que no puede faltar a esa cita, que debe estar presente y posar de nuevo para él en ese hermoso cuadro. Porque ella, la joven y soñadora Agustina, es en aquel lienzo inmortal, la dama inclinada.