viernes, 29 de marzo de 2024

“El día en que Valle-Inclán detuvo a un policía”

 



 

Sucedió en 1927. Se estrenaba en el teatro Fontalba una obra de un escritor mediocre favorecido en su carrera literaria por su apoyo al gobierno de turno. Valle-Inclán acudió al estreno en calidad de crítico teatral. Don Ramón iba bastante excitado. No tenía la menor intención de ser objetivo ni ecuánime con ese autor, con el que había tenido algún rifirrafe en el pasado, y las reservas de empatía se le habían vaciado por completo a través de su úlcera péptica.

Comenzó la sesión y nuestro crítico no cesaba de rebullirse en su asiento mostrando visiblemente su disconformidad. En un momento de la representación, Valle se puso a vociferar:

—¡Muy mal, muy mal, muy mal!

Algunos espectadores le pidieron que se callara; pero Valle protestaba cada vez con más ímpetu. Entonces el público, molesto con su actitud, se puso a aplaudir a los actores. Mientras tanto, el dueño del teatro llamó a la policía, y se presentó un agente uniformado que pidió a nuestro hombre que le acompañara.

—¡Detenga usted a los que aplauden!—gritó Valle.

Llegados al Ministerio de Gobernación, Valle fue conducido ante el comisario jefe. Al entrar a su despacho, el barbudo y enclenque escritor agarró del brazo al policía que lo acompañaba y exclamó:

—¡Aquí traigo detenido a este policía que no ha sabido defenderme de un público lamentable!

El comisario se rió mucho con la ocurrencia de Valle, pero, conforme a la ley, no tuvo más remedio que imponerle una multa.

—Póngame todas las multas que quiera, que no pienso pagarlas.

Y, como era hombre de palabra, no pagó. Eso sí, cada mes le llegaba a su casa la notificación de la multa con el recargo correspondiente al impago reiterado. De paso le advertían que si no satisfacía el importe en el plazo máximo de dos años, tendría que ir a prisión.

Finalmente, Valle-Inclán cumplió un arresto de quince días en la Cárcel Modelo de Madrid.

 

Carlos Osorio García de Oteyza

martes, 19 de marzo de 2024

Copa de Higía: Un Mito Madrileño. Por Paco Gómez.


Esta entrada sobre material lítico, se la dedico al tertuliano que más sabe sobre las piedras de Madrid.

Comienzo la historia  agrupada bajo el nombre de zoolítico madrileño con la pétrea copa de Higía.

Si sabes dónde está déjamelo en los comentarios.

La ciudad de Madrid, donde el Manzanares serpentea bajo el sol ibérico, se encuentra un templo a la diosa Higía, guardiana de la salud y la sanidad. En su fachada, una reliquia sagrada: la Copa de Higía, símbolo de la farmacia y la medicina.


La historia de la copa se remonta a la antigua Grecia, donde Asclepio, dios de la medicina, tenía dos hijas: Higía y Panacea. Higía, diosa de la higiene y la prevención, era representada con una serpiente enroscada en una copa, simbolizando la curación y el conocimiento curativo. Panacea, por su parte, era la diosa de los remedios y las curaciones milagrosas.


Un día, una serpiente, símbolo de la sabiduría y la renovación, se acercó a Asclepio y le susurró al oído los secretos de la curación. Asclepio, con su sabiduría y la ayuda de sus hijas, sanó a enfermos, ganando fama y renombre.


Zeus, el rey de los dioses, celoso del poder de Asclepio y temiendo que los mortales pudieran alcanzar la inmortalidad, fulminó al dios con un rayo.


Las hijas de Asclepio, afligidas por la muerte de su padre, heredaron su conocimiento y poderes curativos. Higía, con su copa y serpiente, se convirtió en la diosa de la farmacia y la prevención de enfermedades, mientras que Panacea, con sus remedios mágicos, continuó sanando a los enfermos.


La Copa de Higía llegó a este lugar de Madrid de manos de un  gran arquitecto modernista, Jesús Carrasco - Muñoz, que buscaba un lugar seguro donde proteger el legado de la diosa. El alarjife construyó un templo en su honor y la copa se convirtió en el símbolo del conocimiento curativo y la protección contra las enfermedades.


Con el paso del tiempo, el templo se convirtió en una famosa botica, un lugar donde la naturaleza y la vida, podían ser cuidados y protegidos. La Copa de Higía permaneció en el zoolítico madrileño, un recordatorio constante de la importancia de la salud, la higiene y la protección de la vida en todas sus formas.


Hoy en día, la Copa de Higía continúa siendo un símbolo venerado en el zoolítico de Madrid, un lugar donde la ciencia y la mitología se unen para celebrar la vida y el bienestar. La copa nos recuerda el legado de Asclepio, la sabiduría de Higía y el poder curativo de la naturaleza, inspirándonos a cuidar de nuestra salud y proteger el mundo que nos rodea.

lunes, 18 de marzo de 2024

El Madrid de la Pandemia: Mayte González-Gil

 La pandemia irrumpió en España y Madrid de pronto se convirtió en uno de los epicentros europeos. El estado de alarma nacional del 14 de marzo de 2020 obligó a los madrileños a quedarse en casa. Solo desde junio, y gradualmente, se empezó a reconquistar las calles con horarios restringidos y en un radio limitado. El Consejo de Ministros aprobó el 4 de julio de 2023 el Real Decreto que puso fin a la crisis sanitaria por Covid-19 en España. El 30 de junio de 2023, la Comunidad de Madrid confirmaba el dato de personas contagiadas por coronavirus desde el principio, 2.016.900, un tercio de la población madrileña que era en esa fecha de 6.848.354 habitantes y elevaba a 21.361 las personas fallecidas, hasta 140 diarias en el peor de los momentos (1).

Madrid, la tercera región más poblada del país, con la mayor concentración de ciudadanos y con la mayor movilidad de la Península, fue el territorio más golpeado por la Covid en España. Especialmente en la primera ola, donde el virus hizo estragos con una gran presión hospitalaria y unas UCIs al límite. Y tampoco se libró de la segunda y de la tercera ola. Una presión que no se consiguió aligerar a pesar de la construcción contra reloj del nuevo hospital de IFEMA dotado de 1.300 camas atendidas por 3.000 profesionales que estuvo en funcionamiento entre el 22 de marzo y el 23 de abril de 2020.

Nuestras Plazas

Madrid se quedó vacía. El silencio se adueñó de un día para otro de sus calles. Casi sin
coches y los raros transeúntes que se aventuraban a salir de sus casas iban bien protegidos con mascarillas y sólo para ir a comprar comida o medicinas. 
Nuestras Avenidas

La ciudad cesó su actividad. Se cerraron los colegios y las universidades, museos, cines y teatros; las autoridades sanitarias y gubernamentales pedían que se cancelaran los viajes. Los mercadillos dejaron de funcionar, la Liga de Fútbol se suspendió y hasta las iglesias emitían las misas televisadas. Las empresas se movilizaron para gestionar el teletrabajo con todos aquellos empleados para los que les fuera posible realizar su tarea desde casa. 
Nuestras Calles

Asomarse a la ventana o al balcón a ver la calle era un lujo que no todos se podían permitir. Pero lo que se veía aún dolía más. Una ciudad paralizada que ofrecía estampas insólitas que jamás pensamos que podríamos ver. Nuestro Madrid bullicioso, alegre y ruidoso ofrecía una imagen congelada, silenciosa, extraña. Calles, plazas y avenidas habitualmente abarrotadas ofrecían un espectáculo al que no llegaríamos a acostumbrarnos, el de un desierto de hormigón, el paisaje distópico de una desgracia colosal.
Nuestras Personas

Y tal vez lo peor fue la regla de mantener la distancia en aquellos lugares donde se coincidía con otras personas. Los abrazos estaban proscritos y, por supuesto, los besos. La distancia de seguridad obligaba a mirar con recelo al otro. Los ancianos que estaban en aquellos momentos en residencias sintieron de una forma cruel la soledad y la falta de contacto con sus seres queridos.

Las restricciones cambiaron las rutinas, los horarios. La limitación de movilidad nos obligó a dejar volar la imaginación. Raro era el día en que no recibíamos varios mensajes llenos de humor para reírnos del confinamiento y, al menos por unos minutos, dejar de llorar ante las noticias que día tras día nos daban las frías cifras de fallecidos y contagiados. El aburrimiento y la falta de actividad sólo se rompían cada día a las 8 de la tarde y, como accionado por un mecanismo visceral, el cielo negro se llenaba de gritos, aplausos, bocinazos, sirenas de policía y hasta cohetes que, a falta de fiestas, se lanzaban desde alguna azotea. Todo para dar las gracias al sector sanitario que, con abnegación y entrega, estaban en primera línea de un combate singular, un homenaje que, con la música de fondo de la ochentera canción del Dúo Dinámico “Resistiré”, se convirtió en un himno colectivo de fortaleza y superación, el único sonido de la ciudad.

Fueron 100 días y se hicieron muy largos. Mejoramos nuestras dotes de cocineros y aprendimos repostería. Jugamos a todo lo imaginable con los niños e incluso convertimos en gimnasio el salón de casa. Nos vimos todas las pelis de las plataformas y ordenamos los armarios. Hablamos con los amigos que estaban lejos y que ahora estaban más cerca que nunca. Nos necesitábamos.

Nunca antes habíamos apreciado tanto el paseo por el parque, el indolente callejeo sin rumbo fijo, la tarde de compras y hasta la rápida caminata bajo el paraguas para guarecernos en cualquier bar y calentarnos con un café humeante. Madrid dolía. Ofrecía un dibujo distorsionado, un aspecto triste, el de una ciudad enferma, llena de miedo y soledad. Una etapa que se superó pero que ha dejado cicatrices, hablamos de un antes y un después y sólo recordando aquellos días podemos volver a apreciar lo que vale nuestra libertad.

(1)    Fuente: Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, www.epdata.es


domingo, 17 de marzo de 2024

El fotógrafo fotografiado: Rafael Martín

 

Carlos, nuestro paciente pastor (hay mucho “protestante” en la Tertulia) ha determinado que la próxima reunión, que se celebrará el día de San José (no tenemos ni un Pepe, ni una Pepa), se dedique a hablar de nuestras fotos favoritas de Madrid, lo que yo traduzco inmediatamente como una nueva etiqueta del blog Nuestro Madrid.

Es cierto que produce un cierto rubor hablar de fotografía en un grupo en el que hay importantes profesionales del gremio y no menos importantes aficionados, pero allá voy sin-vergüenza.

Mi foto favorita, ¡qué difícil elección! Tras darle muchas vueltas, al final opté por la que da nombre a esta entrada, pero antes de exponerla y explicar esa elección tengo que satisfacer unas cuantas deudas fotográficas contraídas con mi (nuestro) Madrid.

Mi primera deuda es con Las Vistillas “meloneras”; ¡menudo mercado! Por la dimensión de los stands, debían citarse en este lugar compradores de muy diversos barrios y zonas de Madrid. Se puede observar que no se había construido el ala norte del Seminario, que mi padre decía le había privado de disfrutar de la visión de las Sacramentales, que ayuda a la meditación sobre lo efímero de nuestra existencia.

Mi segunda deuda es con el Cuartel del Rosario, cuya vista aérea, tomada del blog Historias Matritenses, permite apreciar su importante dimensión. Ahí tenemos ahora la Dalieda llena de rosas y el llamado Parque de la Cornisa. Si lo hubieran derruido y si no hubieran volado para abrir la Gran Vía de San Francisco, ahora podría ver desde mi balcón la querida casa de mi abuela y el balcón entre cuyos barrotes metí la cabeza hasta que gracias al jabón pudieron extraerla.

Mi tercera deuda es más cercana en el tiempo, ya que está a caballo de la guerra “civil” y mis investigaciones sobre la estancia de Cela en Hoyo de Manzanares en el verano de 1942. Se trata de una muy conocida foto de la farmacia situada en el 39 de la Gran Vía, casi esquina con Callao, que estuvo protegida con sacos terreros, para evitar los destrozos de los bombardeos dirigidos, principalmente a la Telefónica. Ese trozo de Gran Vía se llamó, consecutivamente: Avenida de Pi i Margall; de la CNT; de Rusia; y de José Antonio. Pues bien, la titular de la Farmacia era Mª Luisa Conde Picavea, y su hermana Charo era, en aquél 1942, novia de Camilo José Cela, que veía a lo lejos, desde el Pabellón de Reposo de Hoyo la silueta de la Telefónica y añoraba a su novia, que echaba una mano a la hermana en la farmacia. 
Y ahora, pasando olímpicamente de la considerada primera foto de Madrid, porque por mucho mérito que tenga y por mucha curiosidad que concierte, poco o nada tiene que ver con mi vida, mis recuerdos o mis vivencias, y dejando a los expertos que nos hablen de los grandes fotógrafos de Madrid como es el caso, por ejemplo de: Charles Clifford (el espía), Jean Laurent, Ramón Masats, los Alfonso Sánchez (padre e hijo), Catalá Roca o Santos Yubero, me meto de lleno con la que he elegido para personalizar y titularizar esta entrada: El fotógrafo, fotografiado, porque no me he atrevido a titularla: “El fotero, foteado” (dejo las patadas al diccionario a los profesionales entusiastas de esta actividad) 
Mis razones para haber considerado como mi favorita esta foto son varias y de muy diversa índole:
-Porque Alfonsito, que fue quien fotografió al fotógrafo, era vecino. Había nacido en la Morería y estudió en el Liceo Francés, que estaba en la calle Príncipe de Anglona, como muchos de mis amigos del barrio.
-Porque deja testimonio de un oficio desaparecido, el del "minutero", aunque de vez en cuando en los alrededores del Palacio Real veo a alguno que disfraza al posante y ejerce de minutero.
-Porque está tomada en la Plaza de Oriente que es uno de los lugares más fotografiados de Madrid, gracias a lo cual podemos ver las distintas versiones con las que nos han obsequiado nuestros munícipes: Plaza redonda o cuadrada; Reyes alrededor o Reyes dentro; verjas protectoras o espacios expeditos; Calles circundantes con Perico dando vueltas, con coches o peatonales; etc.
La foto está tomada allá por 1925 y parece que los Reyes estaban de espaldas a la estatua de Felipe IV.
-Porque la imagen es entrañable: El padre, que ha venido de la periferia a la Capital, le pide al minutero que le "eche" una foto a los niños que posan entre curiosos y asustados para inmortalizar el momento. El niño está en posición de firme, lo que hace peligrar los botones de la chaqueta.





 

sábado, 9 de marzo de 2024

Tarde de otoño en Platerías: Rafael Martín

 Como me viene sucediendo en cada nueva Categoría que abro en Nuestro Madrid, no me resulta nada sencillo elegir mi favorito, seguramente porque Madrid “da pa mucho”.

En el caso de mi canción favorita la competencia es agradable, entrañable, pero brutal. Desde los innumerables números de nuestras zarzuelas más representativas (La Verbena, La Revoltosa, Agua, azucarillos, La Gran Vía, etc.), el universal chotis mejicano de Lara, el Cocidito Madrileño de Quintero y León, esa chulesca sigla de Pedro Llabrés:

Maravilla

Andóbal

Da (el alma, a todos)

Risueño

Inmortal

Dignidad (que sobra)

la madrileña bonita, si vas a la verbena, de España vengo, etc., y todas aquellas que sin duda se le ocurrirán al resto de contertulios, ofrecen una amplia panoplia imbele de posibilidades. Para gustos....

Pues bien, hasta a mí me ha sorprendido que la canción que me ha venido a la cabeza para que ocupe el puesto de favorita sea: Tarde de otoño en Platerías, que seguramente sólo recordarán algunos de los tertulianos más veteranos.

Esta canción, de Alejo León Montoro, con la colaboración de Solano y Aguilar, era de las que yo oía con frecuencia durante mi niñez en las peticiones del oyente de Radio Madrid, en competencia madrileña con el Romance de la Chata, de Rafael Duyos, que tan magistralmente declamaba Alejandro Ulloa y que ha estado a punto de ser mi favorito, aunque no fuera una canción propiamente dicha.


El Café de Platerías ocupa un lugar significativo en la historia del Madrid de la segunda mitad del XIX, por sus tertulias, sus conciertos y sus conciliábulos revolucionarios. Estaba situado en la calle Mayor, a la altura de la Puerta de Guadalajara, es decir entre Herradores y San Miguel. Recuerdo bien que esa zona, para mi madre, era “Platerías”.

El café cerró en 1946, fecha que debió coincidir con la creación de la habanera que estoy evocando.

Existe una digna versión “moderna” hecha por Mocedades, pero como es lógico la que incluyo aquí es la que oía en mi mocedad, cantada por García Guirao, nombre artístico de Juan García Pérez, cantante murciano de zarzuela y canción moderna, que desarrolló parte de su carrera en Argentina.

La letra de la canción es la siguiente: 

La tarde clara, de otoño madrileño

que, en Platerías, tomaba yo café,

con tu vestido gris, entrar en el salón, te vi

y al verte tan bonita, me puse junto a ti.

 La tarde moría en los espejos,

soñaba el amor en los divanes

y todo yo temblé, en el momento aquel, mi bien,

que todo ruboroso, mi amor te declaré.

 Tarde de otoño llena de sol de Madrid,

café de mis sueños donde mi amor encontré.

¡Ay, 1800, qué lejos ya estás de mí!,

todo pasó como una luz que yo apagué,

tarde de otoño llena de sol de Madrid.

 Alfonso XII volvía de los toros,

Julián Gayarre cantaba en el Real

y yo, en aquel café, gustoso te cité, mi bien

y sueños de ilusiones, inquieto te esperé.

 Las luces de gas iban creciendo, la noche llegaba lentamente

y al no verte venir, creyéndome de amor, morir,

me fui de Platerías, pensando solo en ti.

 ¿Y qué tiene esta canción para que la elija como mi favorita? Pues no lo sé a ciencia cierta. 

Es evidente que yo no fui al Café de  Platerías; que no alternaba en  los toros con Alfonso XII; que no oía a Gayarre en el  Real…, puede ser que desde mi más tierna infancia yo haya sido  un cursi melancólico al que le gustaran las habaneras y los amores imposibles… pero no, lo que  me ha atraído siempre de esta canción es el protagonismo del otoño madrileño que es, sin duda, mi estación favorita: eso de la tarde moría en los espejos, lo de las luces de gas iban creciendo o lo de que la noche llegaba lentamente, siempre me ha llegado a las entrañas otoñales, como las castañas o las largas tardes jugando al futbol hasta la hora de cenar

¡Qué le voy a hacer!

 

 

 




 

lunes, 4 de marzo de 2024

Los Cormoranes de la Casa de Campo: Pablo Linés

Recuerdo que hace veintitantos años nos acercamos una tarde al lago de la Casa de Campo acompañados de niños para dar de comer a los patos. Después he sabido que una de las peores cosas que podemos dar a estas aves es pan, palomitas y chuches. Al caer el pan los patos se alejaron y observamos como el agua entraba en una especie de agitación para dar paso a un montón de bocas de unos peces enormes que pugnaban por pillar algún trozo. Los niños más pequeños se asustaron muchísimo. En el Lago había una sobrepoblación de carpas, barbos y otras especies que desconozco. Con motivo del último vaciado del estanque se procedió a hacer una selección de las especies que lo iban a habitar tras el llenado y actualmente ya no se aprecian signos de sobrepoblación.


La regulación ha venido de una especie que se ha sumado a los habitantes del Lago, en concreto de un ave. Desde hace unos años algunos ejemplares de cormorán grande se han instalado de forma permanente, antes lo hacían durante los meses de invierno para migrar hacia el Norte de Europa en verano, y son unos excelentes pescadores. Paseando por la orilla se puede observar cómo se sumergen en el agua y en una buena parte de las inmersiones salen con un pez en el pico que rápidamente ingieren. Ahora la duda que tengo es si hay suficientes peces para alimentar a estas aves. También se pueden observar gaviotas reidoras y gaviotas sombrías que acuden durante el día a comer a los vertederos de la zona por ser carroñeras y duermen en muchas zonas del río Manzanares, lago de la Casa de Campo, embalse del Pardo, y otros humedales. No conviene acercarse a ellas ya que al estar en contacto con basuras son transmisoras de enfermedades y muy agresivas en época de cría.

En cualquier caso, la Casa de Campo es uno de los tesoros que tiene Madrid.