lunes, 18 de marzo de 2024

El Madrid de la Pandemia: Mayte González-Gil

 La pandemia irrumpió en España y Madrid de pronto se convirtió en uno de los epicentros europeos. El estado de alarma nacional del 14 de marzo de 2020 obligó a los madrileños a quedarse en casa. Solo desde junio, y gradualmente, se empezó a reconquistar las calles con horarios restringidos y en un radio limitado. El Consejo de Ministros aprobó el 4 de julio de 2023 el Real Decreto que puso fin a la crisis sanitaria por Covid-19 en España. El 30 de junio de 2023, la Comunidad de Madrid confirmaba el dato de personas contagiadas por coronavirus desde el principio, 2.016.900, un tercio de la población madrileña que era en esa fecha de 6.848.354 habitantes y elevaba a 21.361 las personas fallecidas, hasta 140 diarias en el peor de los momentos (1).

Madrid, la tercera región más poblada del país, con la mayor concentración de ciudadanos y con la mayor movilidad de la Península, fue el territorio más golpeado por la Covid en España. Especialmente en la primera ola, donde el virus hizo estragos con una gran presión hospitalaria y unas UCIs al límite. Y tampoco se libró de la segunda y de la tercera ola. Una presión que no se consiguió aligerar a pesar de la construcción contra reloj del nuevo hospital de IFEMA dotado de 1.300 camas atendidas por 3.000 profesionales que estuvo en funcionamiento entre el 22 de marzo y el 23 de abril de 2020.

Nuestras Plazas

Madrid se quedó vacía. El silencio se adueñó de un día para otro de sus calles. Casi sin
coches y los raros transeúntes que se aventuraban a salir de sus casas iban bien protegidos con mascarillas y sólo para ir a comprar comida o medicinas. 
Nuestras Avenidas

La ciudad cesó su actividad. Se cerraron los colegios y las universidades, museos, cines y teatros; las autoridades sanitarias y gubernamentales pedían que se cancelaran los viajes. Los mercadillos dejaron de funcionar, la Liga de Fútbol se suspendió y hasta las iglesias emitían las misas televisadas. Las empresas se movilizaron para gestionar el teletrabajo con todos aquellos empleados para los que les fuera posible realizar su tarea desde casa. 
Nuestras Calles

Asomarse a la ventana o al balcón a ver la calle era un lujo que no todos se podían permitir. Pero lo que se veía aún dolía más. Una ciudad paralizada que ofrecía estampas insólitas que jamás pensamos que podríamos ver. Nuestro Madrid bullicioso, alegre y ruidoso ofrecía una imagen congelada, silenciosa, extraña. Calles, plazas y avenidas habitualmente abarrotadas ofrecían un espectáculo al que no llegaríamos a acostumbrarnos, el de un desierto de hormigón, el paisaje distópico de una desgracia colosal.
Nuestras Personas

Y tal vez lo peor fue la regla de mantener la distancia en aquellos lugares donde se coincidía con otras personas. Los abrazos estaban proscritos y, por supuesto, los besos. La distancia de seguridad obligaba a mirar con recelo al otro. Los ancianos que estaban en aquellos momentos en residencias sintieron de una forma cruel la soledad y la falta de contacto con sus seres queridos.

Las restricciones cambiaron las rutinas, los horarios. La limitación de movilidad nos obligó a dejar volar la imaginación. Raro era el día en que no recibíamos varios mensajes llenos de humor para reírnos del confinamiento y, al menos por unos minutos, dejar de llorar ante las noticias que día tras día nos daban las frías cifras de fallecidos y contagiados. El aburrimiento y la falta de actividad sólo se rompían cada día a las 8 de la tarde y, como accionado por un mecanismo visceral, el cielo negro se llenaba de gritos, aplausos, bocinazos, sirenas de policía y hasta cohetes que, a falta de fiestas, se lanzaban desde alguna azotea. Todo para dar las gracias al sector sanitario que, con abnegación y entrega, estaban en primera línea de un combate singular, un homenaje que, con la música de fondo de la ochentera canción del Dúo Dinámico “Resistiré”, se convirtió en un himno colectivo de fortaleza y superación, el único sonido de la ciudad.

Fueron 100 días y se hicieron muy largos. Mejoramos nuestras dotes de cocineros y aprendimos repostería. Jugamos a todo lo imaginable con los niños e incluso convertimos en gimnasio el salón de casa. Nos vimos todas las pelis de las plataformas y ordenamos los armarios. Hablamos con los amigos que estaban lejos y que ahora estaban más cerca que nunca. Nos necesitábamos.

Nunca antes habíamos apreciado tanto el paseo por el parque, el indolente callejeo sin rumbo fijo, la tarde de compras y hasta la rápida caminata bajo el paraguas para guarecernos en cualquier bar y calentarnos con un café humeante. Madrid dolía. Ofrecía un dibujo distorsionado, un aspecto triste, el de una ciudad enferma, llena de miedo y soledad. Una etapa que se superó pero que ha dejado cicatrices, hablamos de un antes y un después y sólo recordando aquellos días podemos volver a apreciar lo que vale nuestra libertad.

(1)    Fuente: Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, www.epdata.es


6 comentarios:

  1. Mayte, me has hecho revivir aquellos días. Hay mucho que hablar. Aquí sólo quiero recordar con agrado nuestras teletertulias: ¡Resistimos!

    ResponderEliminar
  2. Lo recuerdo perfectamente Mayte , tal es así q todas las mañanas daba varias vueltas andando a paso de legionario por el jardín de mi casa y recorrí una distancia equivalente al Camino De Santiago , 900 kms.

    ResponderEliminar
  3. No soy anónimo soy Alejandro Navio

    ResponderEliminar
  4. Excelente relato, desde mi mirada actual me pregunto si eso realmente existió, me encantó tu final, me lleva a valorar las cosas simples de la vida. Un beso

    ResponderEliminar
  5. Maria Jesús Santos18 de marzo de 2024, 4:24

    Con esa forma tan tuya y ese dominio del relato que siempre he admirado, he vuelto a la terrible vivencia de aquellos días en los que el miedo y la incertidumbre nos paralizó a todos. Debemos dar gracias por el regalo de estar vivos y sanos. Un beso

    ResponderEliminar
  6. Mayte recuerdo aquellos dias de miedo y soledad y estás fueron mis impresiones que hoy aún siento.
    Madrid enjaulada: un réquiem por la primavera robada
    Marzo de 2020. Un silencio fantasmal se apoderó de las vibrantes calles de Madrid. La primavera, arrebatada de su calendario, se vio confinada entre cuatro paredes. La ciudad, otrora un hervidero de vida, se convirtió en una jaula invisible.

    Soledad y miedo se adentraron en los hogares. Los abrazos se convirtieron en un lujo prohibido, y las ventanas, en la única ventana al mundo. La vida se redujo a una pantalla, y las calles, antes rebosantes de risas y pasos apresurados, se tornaron un escenario desolador.

    En las residencias de ancianos, la tragedia se ensañó. La desinformación y la falta de recursos convirtieron estos lugares en focos de muerte y desolación. Los ancianos, los más vulnerables, fueron silenciados en una cruel partida sin despedidas.

    Mientras tanto, algunos se enriquecieron. Los avispados, aquellos que supieron aprovechar la crisis, navegaron las aguas turbulentas y sacaron provecho del miedo y la incertidumbre. La tragedia de muchos se convirtió en la fortuna de unos pocos.

    Madrid resistió. Los aplausos desde los balcones se convirtieron en un himno a la esperanza. La solidaridad brotó entre vecinos, y la comunidad se reinventó en la distancia. La cultura se adaptó, buscando refugio en el mundo virtual.

    La primavera robada dejó una cicatriz profunda. El confinamiento de Madrid fue un réquiem por la vida arrebatada, por la soledad impuesta, por los ancianos silenciados. Pero también fue un canto a la resistencia, a la solidaridad y a la esperanza.

    Madrid se levantó, renacida de las cenizas. La ciudad recuperó su pulso, aunque con la memoria intacta de aquellos días aciagos. La primavera de 2020, la primavera enjaulada, quedará grabada en la memoria colectiva como un recordatorio del valor de la vida, la libertad y la conexión humana.

    ResponderEliminar