Como me viene sucediendo en cada nueva Categoría que abro en Nuestro Madrid, no me resulta nada sencillo elegir mi favorito, seguramente porque Madrid “da pa mucho”.
En el caso de mi canción
favorita la competencia es agradable, entrañable, pero brutal. Desde los
innumerables números de nuestras zarzuelas más representativas (La Verbena, La
Revoltosa, Agua, azucarillos, La Gran Vía, etc.), el universal chotis mejicano
de Lara, el Cocidito Madrileño de Quintero y León, esa chulesca sigla de Pedro
Llabrés:
Maravilla
Andóbal
Da (el alma, a todos)
Risueño
Inmortal
Dignidad (que sobra)
la
madrileña bonita, si vas a la verbena, de España vengo, etc.,
y todas aquellas que sin duda se le ocurrirán al resto de contertulios, ofrecen una amplia panoplia imbele de posibilidades. Para gustos....
Pues bien, hasta a mí me ha
sorprendido que la canción que me ha venido a la cabeza para que ocupe el puesto
de favorita sea: Tarde de otoño en Platerías, que seguramente sólo recordarán
algunos de los tertulianos más veteranos.
Esta canción, de Alejo León Montoro,
con la colaboración de Solano y Aguilar, era de las que yo oía con frecuencia
durante mi niñez en las peticiones del
oyente de Radio
El Café de Platerías ocupa un lugar significativo en la historia del Madrid de la segunda mitad del XIX, por sus tertulias, sus conciertos y sus conciliábulos revolucionarios. Estaba situado en la calle Mayor, a la altura de la Puerta de Guadalajara, es decir entre Herradores y San Miguel. Recuerdo bien que esa zona, para mi madre, era “Platerías”.
El café cerró en 1946, fecha que
debió coincidir con la creación de la habanera que estoy evocando.
Existe una digna versión “moderna”
hecha por Mocedades, pero como es lógico la que incluyo aquí es la que oía en
mi mocedad, cantada por García Guirao, nombre artístico de Juan García Pérez,
cantante murciano de zarzuela y canción moderna, que desarrolló parte de su
carrera en Argentina.
La letra de la canción es la siguiente:
La tarde
clara, de otoño madrileño
que, en
Platerías, tomaba yo café,
con tu
vestido gris, entrar en el salón, te vi
y al verte
tan bonita, me puse junto a ti.
La tarde moría en los espejos,
soñaba el
amor en los divanes
y todo yo
temblé, en el momento aquel, mi bien,
que todo
ruboroso, mi amor te declaré.
Tarde de otoño llena de sol de Madrid,
café de mis
sueños donde mi amor encontré.
¡Ay, 1800,
qué lejos ya estás de mí!,
todo pasó
como una luz que yo apagué,
tarde de
otoño llena de sol de Madrid.
Alfonso XII volvía de los toros,
Julián
Gayarre cantaba en el Real
y yo, en
aquel café, gustoso te cité, mi bien
y sueños de
ilusiones, inquieto te esperé.
Las luces de gas iban creciendo, la noche llegaba lentamente
y al no
verte venir, creyéndome de amor, morir,
me fui de
Platerías, pensando solo en ti.
¿Y qué tiene esta canción para que la elija como mi favorita? Pues no lo sé a ciencia cierta.
Es evidente que yo no fui al Café de Platerías; que no alternaba en los toros con Alfonso XII; que no oía a Gayarre en el Real…, puede ser que desde mi más tierna infancia yo haya sido un cursi melancólico al que le gustaran las habaneras y los amores imposibles… pero no, lo que me ha atraído siempre de esta canción es el protagonismo del otoño madrileño que es, sin duda, mi estación favorita: eso de la tarde moría en los espejos, lo de las luces de gas iban creciendo o lo de que la noche llegaba lentamente, siempre me ha llegado a las entrañas otoñales, como las castañas o las largas tardes jugando al futbol hasta la hora de cenar
¡Qué le voy a hacer!
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