En la urbe de
Madrid, donde el cielo se tiñe de historias, donde Bécquer soñó con golondrinas
de memorias, surge un boticario, de nombre Roberto Moreno, que al poeta
romántico desafía con su empeño.
I. El reto del boticario
Don Roberto Moreno, boticario
de afán,
al poeta Bécquer quiso desafiar.
"Volverán las
golondrinas", versos inmortales,
mas él las soñaba pétreas, sin
alas ni vocales.
Construyamos, dijo, un hogar
de piedra y cal,
donde las aves de Bécquer
puedan ya morar.
Que sean de mármol, blancas,
sin canto ni revuelo,
y en los aleros aniden,
quietas, bajo el cielo.
II. La obra de Carrasco
Jesús Carrasco, arquitecto de
ingenio,
plasmó en piedra el sueño del
boticario con brío.
Un edificio imponente, de
estilo señorial,
con nidos ocupados, sin canto
ni aleteo final.
El arquitecto de renombre,
aceptó el reto, con visión y
con asombro.
Un edificio erigió, de la
época el reflejo,
para el negocio y hogar,
cumpliendo el encargo viejo.
III. Las golondrinas silentes
Desde el uno de mayo, año mil
novecientos catorce,
las golondrinas de piedra
observan, sin contorsiones.
Un balcón inmutable, sin píos
ni aleteos,
un desafío al poeta, un canto
a los deseos.
Desde entonces, en Madrid, se
alzan con gracia y sin son,
las golondrinas pétreas, obra
de imaginación.
Desde aquel mayo del catorce,
en el zoolítico lugar,
las aves de piedra observan,
sin poder volar.
IV. Un legado perdurable
En la esquina madrileña, la
historia se refleja,
un boticario soñador, un
arquitecto que se flecha.
Las golondrinas pétreas,
testigos de la rima,
un poema en piedra, que el
tiempo no lastima.
Bécquer en su tumba yace, mas
su poesía perdura,
enfrentada a la ironía de la
estatua más pura.
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