Así rezaba el rótulo de la cacharrería que había enfrente de mi casa siendo yo pequeño.
En la calle de San Mateo no
jugaban los chicos pues ya en aquellos tiempos tenía mucho tráfico, que llegaba
en oleadas según se abría y cerraba el semáforo existente en el cruce con Mejía
Lequerica. Además, por mi calle pasaban dos líneas de autobuses, el 3 y el 7,
este último con coches de dos pisos que le conferían un aspecto más fiero. Esta
es la razón por la que en los días de buen tiempo me sentaban a tomar el sol en
una sillita en el balcón.
Uno de los pasatiempos era ver la
actividad de la cacharrería. Estaba regentada por dos hermanos. Ella se llamaba
Adoración pero todo el mundo la llamaba Dora
y él creo recordar que se llamaba Ángel, pero en casa le llamábamos Doro.
Habían heredado el negocio del
padre, a quién no conocí, pero era sabido que en la pila bautismal había sido víctima
de una broma cruel. Se llamaba Perfecto, nombre común en su tiempo, pero
terrible al apellidarse Melón… Perfecto
Melón. Contaban que, para su desgracia, cuando este hombre ya era mayor
tenía la cabeza llena de chichones.
La tienda ocupaba dos huecos de
fachada y no tenía puerta ni escaparate. Únicamente unos
portones de madera dobles en cada
hueco que se cerraban con una gran barra de hierro y unos pasadores. Al abrir
la tienda los portones batían hacia la calle y quedaban fijos a la pared. Se
accedía libremente al interior por el hueco de la derecha, mientras que en el
lado izquierdo un tablón horizontal con algunos objetos expuestos hacía las
veces de escaparate.
Pablo apuntando a Doro |
Al abrir la tienda Doro se afanaba en colgar de unos clavos dispuestos en la parte superior de las puertas diversas mercaderías de la tienda. Una malla con balones de plástico, una lazada de alambre con varios orinales, otra de la que colgaban las escobas, una retahíla de cazos… Cuando llegaba navidad en el tablón que hacía de expositor ponían un belén de figuras toscas.
La casa de mis padres tenía un
pasillo interminable y desde el balcón donde me sentaban al sol al baño había
más de cincuenta metros de distancia. Esa fue la razón por la que una mañana,
ante una urgencia urinaria decidí hacer un manneken
pis a la calle, agravado por la altura de un segundo piso. Doro me
contemplaba con rostro estupefacto y no le faltó tiempo para contárselo a mi
madre. Me cayó un chorreo parecido al que, poco antes, había provocado yo
mismo.
Pablo: Doro te provocaba al colgar los orinales en la puerta; tú sólo tratabas de acertar
ResponderEliminarTodos de pequeños competíamos en ver quien llegaba más lejos con el chorro. ¡Qué tiempos aquellos! Hoy me cuesta un mogollón y siempre suspendí en la flugometria..
ResponderEliminarNo conocí esta joya del comercio, pero la estoy viendo gracias a tí.
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