viernes, 9 de febrero de 2024

Romería de San Blas: Paco Gómez.

 


En el cerrillo del Altozano,

donde el viento susurra secretos antiguos, se alzaba la ermita de San Blas, un rincón sagrado entre las tapias, del cementerio de San Jerónimo y lápidas.

El 3 de febrero, en la penumbra matinal, la romería del "Cristo y los tres santos" florecía, como un ramo de esperanzas tejido en oraciones, bajo el cielo que abrazaba la fe y la tierra.

Allí, junto al manantial de Santa Polonia, sus aguas danzaban con misterio y devoción, milagrosas, como el rumor de los ángeles,

que acudían a la misa, sus alas de maceros extendidas.

Los fieles bebían de la fuente, sedientos de salud, sus labios rozando lo sagrado, lo sanador,

y en la bota de vino hallaban consuelo, como si el vino mismo fuera un bálsamo divino.

Sentados en el campo, bajo el sol invernal, devoraban torreznos, tortillas y tasajos, sus risas y sus lágrimas mezclándose con el viento, mientras el tiempo invernal les permitía soñar.

Pero un día, la ermita cayó, como un suspiro apagado,

y la romería se desvaneció en el eco de campanas lejanas,

las imágenes del Cristo del Calvario, San Blas, Santa Apolonia, y el Santo Ángel, como aves migratorias, encontraron nuevo refugio.

Hoy, rescatada del olvido, la romería de San Blas persiste,

cerca del mismo sitio, desde la parroquia de San Salvador,

un sendero de fe que serpentea hasta el Retiro, donde los corazones aún laten al ritmo ancestral de la esperanza. 

               

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