domingo, 14 de enero de 2024

La chatarrería de Paco Gómez.

Vivía en la calle Peñuelas, en el número 7, casi junto al paseo de las Acacias. Mi padre era muy parecido a Rafael en sus opiniones constructivas de Madrid. Para Rafael, Madrid se construyó con los elementos líticos que provenían de la demolición de la muralla de Madrid. Para mi padre, casi todas las construcciones de principios del siglo XX procedían de la demolición de los edificios para abrir la Gran Vía. Mi padre decía que esta casa estaba construida con este material.

La calle Peñuelas no era muy comercial. Lo bueno de esta calle es que todos nos conocíamos. Pasábamos mucho tiempo en la calle. La vida era muy tranquila y yo diría que casi vivíamos en comunidad. Todos los mayores se ocupaban de los más pequeños, incluso de su educación.

En el número 5 había una chatarrería. Era regentada por una señora llamada Juana, que era más mayor que mi madre. Tenía dos hijos veinteañeros que siempre salían de la tienda-vivienda muy trajeados. Nunca conocí a su padre, pero a los niños no nos importaba. Estábamos libres de los prejuicios de los mayores, y mucho más en aquellos años.

En la chatarrería de la señora Juana pasaba mucho tiempo. Allí jugaba en ese gran almacén lleno de todo tipo de cachivaches y achiperres de metal. Muchos de ellos los utilizaba como trebejos, para mi diversión.

Según entrabas, a mano izquierda estaba situada una báscula tipo "ariso". Esa báscula de plataforma, la báscula de Quintenz, era mi pasión. Me gustaba saltar encima de ella y escuchar el ruido que hacía. La señora Juana la manejaba a la perfección. Los chamarileros que entraban en el almacén colocaban sus cargas encima de la plataforma de la báscula y, después de llegar a un acuerdo sobre la compra de la mercancía, la pesaba y cerraba el trato.

Recuerdo haber hecho algún trato con Juana. En casa, cuando se fundía una bombilla, mi padre me la regalaba. Era un material preciado. Mi hermana y yo bajábamos a la calle, y estampábamos contra el suelo la bujía. Pisábamos el casquillo, que era de cobre, y se lo vendíamos a la señora Juana. Ella nos pagaba una perra gorda, que gastábamos en pipas.

El almacén era también la "sala de comunicaciones del barrio". Justo después de pasar el almacén, al fondo, en la entrada de la puerta que daba a la vivienda, en la jamba de la puerta estaba colgado un gran teléfono negro. El auricular del teléfono se colgaba a la derecha del aparato.

En un día determinado y por la tarde, bajábamos mi madre y yo a la chatarrería. Mi madre y Juana se sentaban en una silla y pasaban el rato cosiendo y al mismo tiempo "cortando mangas para chalecos", mientras esperaban la llamada de mi abuelo desde el pueblo.

La casa de mis abuelos disponía de un teléfono. Era un teléfono negro de mesa, pero no tenía rueda de marcar. Funcionaba mediante una operadora. El aparato tenía en un extremo una manivela que, dando vueltas, se comunicaba con la operadora y esta hacía manualmente lo que el otro teléfono hacía de forma mecánica. Para comunicarnos con otra población, se necesitaba pedir una "conferencia" y esto lo hacía de forma manual la operadora. Creo que ahora las llaman "las chicas del cable". Este proceso podía durar horas de espera.

Pero por fin la magia se hacía y el teléfono sonaba. En estos momentos se rezaba para que fuera la conferencia y no fuera una llamada inesperada, ya que de lo contrario no se podía establecer la comunicación.

En toda la tarde siempre estaba puesta la radio, un aparato con muchos botones de marca Marconi. Esto me recuerda aquella canción, en aquellos momentos de moda, cantada por Monna Bell, "Comunicando"CLIC AQUÍ PARA ESCUCHAR..

Una vez cumplida la operación y tras otro rato de conversación, nos marchábamos a nuestra casa.

1 comentario:

  1. Paco, te puedo garantizar que mi actual vivienda fue construida con elementos procedentes de los derribos de la Gran Vía. En cada planta hay diferencias en puertas y balcones

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