miércoles, 10 de enero de 2024

La Glorieta de Bilbao: Pablo Linés

Cuando pienso en ello, no sé si realmente se trata de mi rincón favorito pero lo cierto es que cuando salimos sin rumbo siempre acabamos allí. No es la plaza más bonita ni tampoco la más tranquila, más bien todo lo contrario. La Glorieta de Bilbao es un cruce de calles de cierta enjundia con un tráfico más que importante, tanto de coches como de viandantes. Su eje principal son las calles de Sagasta y Carranza, que formaban parte de los antiguos Bulevares, vocablo que ya muy pocos utilizan. Recuerdo perfectamente el último tramo en desaparecer, la calle Marqués de Urquijo cuyo paseo central sucumbió víctima de un enorme socavón y la construcción de un aparcamiento subterráneo. Los bulevares de Sagasta y Carranza los recuerdo vagamente.

Perpendicular a este eje discurre la calle de Fuencarral, claramente diferenciada en dos partes. Un castizo las denominaría Fuencarral-abajo y Fuencarral-arriba. Obviamente la primera discurre entre la Glorieta y la Red de San Luis y siempre ha sido una calle eminentemente comercial. Tanto es así, que empleando el oxímoron que tanto nos gusta, coexistieron cuatro pequeños Grandes Almacenes. Subiendo desde Gran Vía en la esquina con Infantas estuvo Almacenes Eleuterio (1922), hermano de los almacenes Ceca en la calle de la Luna y que dieron lugar a denominarlos la Meca, como juego de palabras publicitario.

El segundo fue Almacenes El Encanto en la esquina con la calle de la Farmacia, fundado por un exilado cubano que huía del régimen castrista. Posteriormente fue la Ferretería Covadonga y hoy parte del edificio lo ocupa Casa Hortensia. El tercero y más conocido fueron los Almacenes San Mateo en la esquina con la calle homónima, cuyo eslogan era “si no lo veo, no lo creo…” y que fue uno de los primeros comercios en vender a plazos. El último, ya próximo a la Glorieta de Bilbao, fue Mazón que vimos construir, tener una breve existencia y posteriormente derribar. En Navidad ponían unos muñecos en la fachada que cantaban villancicos. Este tramo de la calle de Fuencarral se complementaba con un sin número de zapaterías y peleterías y algún establecimiento peculiar como fueron el Cupón Hogar Moderno o el Drugstore, el primero en abrir las 24 horas del día.

La propia Glorieta y la calle en su tramo hacia Quevedo eran mucho más ociosas, sobre todo ocupadas por cines y cafés. Siempre se ha tildado a la Gran Vía como la calle de los cines, pero en nada desmerecía la zona a la que nos referimos. En un momento me vienen a la memoria el Bilbao (o Bristol), el Proyecciones que es el más antiguo de Madrid, los Roxys, el Paz, el Fuencarral y en la inmediata calle de Luchana el Palafox, el mejor de Europa según rezaba la publicidad de la época, y el cine Luchana. Además, un número importante de pequeñas salas complementaba esta lista.

Los cafés y bares también salpicaban la zona. En la propia plaza continúa su actividad el Comercial tras muchas vicisitudes. En la esquina con la calle de Carranza estuvo el Café Europeo, donde Camilo José Cela ubica parte de la novela “La Colmena”. A la entrada de la calle de Luchana estuvo el bar-café Hupper que se mantuvo hasta el derribo del edificio.

Otro local más moderno, aunque ya desaparecido, fue Somosierra, tristemente célebre por haberse derrumbado el edificio sobre la terraza en 1974. Las calles de Cardenal Cisneros y Hartzenbusch fueron y son el barrio húmedo de la zona. De los bares de la zona quedan en mi memoria los bocadillos de calamares de Casa Luciano y la sidra con empanada de Corripio.

La Glorieta se disfruta al observar los edificios, algunos de gran porte como Seguros El Ocaso con triple fachada, obra de Teodoro Anasagasti. Más modesto, aunque armonioso, es el edificio del Banco Español de Crédito entre Sagasta y Luchana con su reloj marcando permanentemente la misma hora. Alguna vez me ha dado por pensar que es “de pega”.

También es muy bonito el edificio que hace esquina con Carranza, de ladrillo rojo de toda la vida y un portal con una extraña reja. En la plaza estuvo ubicado durante años el monumento a Quevedo hasta que algún regidor decidió mandar cada mochuelo a su olivo.

Actualmente luce en el centro una fuente más bienintencionada que bonita.

Quiero cerrar estos comentarios recordando a un tío mío, hermano de mi abuela, que en la posguerra se vio obligado a emigrar a Argentina y que estuvo toda su vida guardando “algo de plata” para viajar a Madrid y atenuar su nostalgia. Siempre decía: “si alguna vez me pierdo en el mundo y no me encontráis, buscadme en la Glorieta de Bilbao”.

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