lunes, 22 de enero de 2024

Las Vistillas 2/2: Rafael Martín

 2. VIVENCIAS

En la primera parte (la PRESENTACIÓN) de mi jardín favorito he afirmado que durante mi infancia Las Vistillas lo fueron todo. Quizás exagero un poco, pero lo cierto es que ellas ocupaban prácticamente todo el tiempo que me dejaban libre el colegio y el descanso nocturno. Vivíamos en Las Vistillas.

Al hablar de mis vivencias soy consciente de que mezclo recuerdos que corresponden a diversas edades entre, pongamos los 6 y los 15 años, y la edad era muy importante porque aquella “sociedad” estaba muy estratificada por edades; una cosa eran los “mayores” y otra muy distinta los “pequeños”, aunque la diferencia no fuera superior a los 3 o 4 años. Los “pequeños” debían volar bajo, no incordiar a los “mayores”, ni pretender compartir juegos con ellos, de no ser expresamente invitados a hacerlo. Cualquier transgresión de esas normas podía conllevar graves castigos, como la incrustación de chicle en el pelo, de la que fui víctima para desesperación de mi madre. Espero no habérselo hecho yo a ningún “pequeño”. Al menos no lo recuerdo.

Tras salir de clase las madres nos proporcionaban la merienda y nos lanzaban a Las Vistillas hasta casi la cena, con una encomienda severa: “¡No salgas de la Plaza!”, encomienda que reforzaban con la esporádica inspección visual desde el balcón. Sabían muy bien del atractivo de las cuestas que circundaban la Plaza y de las calles aledañas. Cuando era necesario, las madres se asomaban al balcón y gritaban nuestro nombres; de no oírlo en directo, siempre había alguien que sí lo había oído y que trasladaba el mensaje: ¡Oye, que tu madre te está llamando! Y hala, corriendo para casa, inventando por el camino una excusa creíble.

Pero si no había nada que lo impidiera lo nuestro era jugar en Las Vistillas. He intentado recordar y ordenar la infinidad de juegos a los que nos entregábamos de cuerpo y alma:

Juegos con objeto:

Bolas, preferentemente el gua; Clavo, bajaba (subrepticiamente) un pasador que mantenía vertical una cama mueble que podía abrirse inesperadamente; Peón, con mi disco de Newton; Taba, con su rey, su liso, su tripa y su hoyo; Güitos, los huesos del albaricoque (claro, en verano), con los que también fabricábamos silbatos: Chapas, preferentemente para hacer carreras por circuitos tortuosos o partidos de fútbol, aunque esto lo practicábamos normalmente en casa. Las chapas más codiciadas eran las de Martini, por su menor tamaño. La “creación” de un buena “chapa de carreras” era un arte, con la cabeza de un ciclista, un cristal redondeado en la llave de las farolas, una anilla y cera o brea para fijar todo y darle peso; y por supuesto Fútbol, que practicábamos con pelota de goma, con pelota de trapos o papel, e incluso con piedras entre bocas de alcantarilla enfrentadas. Con pelota, también jugábamos al balón prisionero.

Juegos sin objeto:

Los de correr, como el peligroso látigo, que solía hacer volar al último miembro de la cadena; el divertido cortahílos, que recordaba a los recortadores de toros; el entretenido rescate; el tula (tú la llevas); el más pacífico escondite o alzo la malla; el pañuelo, que ya permitía jugar con chicas y algunos otros, estáticos y más violentos como el dola o pídola, en el que se quedaba recibía las tabas y liques de los que saltaban sobre él, a veces apoyándose con los nudillos, en lugar de las palmas de la mano. La variedad del burro hacía bueno el nombre.

Otras diversiones:

Las Vistillas, con sus vallas, sus escaleras, sus bancos y sus poyos pétreos, nos invitaban a saltarlos y hacer mil diabluras, como las que hoy hacen los que practican el “parkour”.

Como complemento de todos los anteriores que se llevaban a cabo dentro del recinto de las tres plazas, también extendíamos en sus aledaños algunas de nuestras actividades, unas sencillas y tranquilas y otras con cierto riesgo. Por ejemplo, las cuestas de la izquierda de las Escalerillas nos servían para deslizarnos, si era posible sobre la tapa de hojalata de una caja de galletas; de no disponer de ella, eran nuestras suelas o nuestro pantalón quienes se desgastaban. Las cuestas de la derecha nos estaban vedadas porque había unas cuevas presuntamente habitadas.

Otra actividad ciertamente peligrosa, que no me atrevo a tildar de juego eran las pedreas con nuestros enemigos, los chicos de la calle Jerte.

Más tranquilas eran las destinadas a molestar a las chicas que jugaban pacíficamente a la cuerda, a las casillas (rayuela) o al diábolo.

Había una actividad tranquila y peripatética que recuerdo a medias que podría llamar Sorpresa. Consistía en visualizar siete  cosas; el que lo conseguía recibiría una sorpresa. Se paseaba por la calle y se iban localizando los objetos. Alguno de los que recuerdo era: Ropa tendida, ¡sorpresa! Gorra de plato, ¡sorpresa! Coche amarillo, ¡sorpresa! Carro con mula, ¡sorpresa!, y así sucesivamente.

También recuerdo, y eso certifica mi edad, acompañar al farolero que, con su pértiga terminada con un mechero, iba abriendo las espitas y encendiendo las ¡farolas de gas!

Acabo con una vivencia entrañable ligada a las noches de verano en las que después de cenar todos bajábamos a las Vistillas, para hablar, contarnos historias o ver las estrellas fugaces, tendidos boca arriba sobre las anchas vallas que delimitan la primera plaza.

2 comentarios:

  1. Estupenda crónica de infancia. Sobre las pelotas confeccionadas con cualquier cosa, recuerdo que en el patio del colegio prohibieron los balones, ya que iban a parar a los balcones del vecindario o a los cristales del colegio, y confeccionábamos pelotas con papeles envueltos en plásticos, que daban su juego.

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  2. El relato "Las Vistillas, un jardín de la infancia" es un texto autobiográfico en el que Rafael recuerda su infancia en Madrid, en los años 50 y 60. El jardín de Las Vistillas, situado en el centro de la ciudad, fue un lugar fundamental en su vida, ya que allí pasó gran parte de su tiempo libre, jugando con otros niños de su edad.

    Rafael describe con detalle los juegos y actividades que practicaba en Las Vistillas, así como la estructura social de los niños que allí se reunían. Los juegos eran muy variados, desde juegos tradicionales como el fútbol o el escondite, hasta juegos más elaborados como el clavo o el dola. La edad era un factor importante en la organización de los juegos, ya que los niños más pequeños debían respetar a los mayores.

    Además de los juegos, Rafael también recuerda otros aspectos de su vida en Las Vistillas, como las noches de verano en las que los niños se reunían para hablar, contar historias o ver las estrellas fugaces.

    En general, el relato es una evocadora descripción de la infancia de muchos de nosotros, en un tiempo en el que los juegos al aire libre y el contacto con la naturaleza eran más comunes.

    Algunos aspectos concretos que se pueden destacar del relato son:

    La importancia de la edad en la organización de los juegos.
    La variedad de juegos que se practicaban en Las Vistillas.
    La importancia de Las Vistillas como lugar de encuentro y socialización para los niños.
    La nostalgia de Rafael por su infancia.

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