2. VIVENCIAS
En la primera parte (la PRESENTACIÓN) de mi jardín favorito he afirmado que durante mi infancia Las Vistillas lo fueron todo. Quizás exagero un poco, pero lo cierto es que ellas ocupaban prácticamente todo el tiempo que me dejaban libre el colegio y el descanso nocturno. Vivíamos en Las Vistillas.
Al hablar de mis vivencias soy consciente de que mezclo
recuerdos que corresponden a diversas edades entre, pongamos los 6 y los 15
años, y la edad era muy importante porque aquella “sociedad” estaba muy
estratificada por edades; una cosa eran los “mayores” y otra muy distinta los “pequeños”,
aunque la diferencia no fuera superior a los 3 o 4 años. Los “pequeños” debían volar
bajo, no incordiar a los “mayores”, ni pretender compartir juegos con ellos, de
no ser expresamente invitados a hacerlo. Cualquier transgresión de esas normas
podía conllevar graves castigos, como la incrustación de chicle en el pelo, de
la que fui víctima para desesperación de mi madre. Espero no habérselo hecho yo
a ningún “pequeño”. Al menos no lo recuerdo.
Tras salir de clase las madres nos proporcionaban la merienda
y nos lanzaban a Las Vistillas hasta casi la cena, con una encomienda severa: “¡No
salgas de la Plaza!”, encomienda que reforzaban con la esporádica inspección
visual desde el balcón. Sabían muy bien del atractivo de las cuestas que circundaban
la Plaza y de las calles aledañas. Cuando era necesario, las madres se asomaban
al balcón y gritaban nuestro nombres; de no oírlo en directo, siempre había
alguien que sí lo había oído y que trasladaba el mensaje: ¡Oye, que tu madre te
está llamando! Y hala, corriendo para casa, inventando por el camino una excusa
creíble.
Pero si no había nada que lo impidiera lo nuestro era jugar
en Las Vistillas. He intentado recordar y ordenar la infinidad de juegos a los
que nos entregábamos de cuerpo y alma:
Juegos con objeto:
Bolas, preferentemente el gua; Clavo, bajaba (subrepticiamente) un pasador que mantenía vertical una
cama mueble que podía abrirse inesperadamente; Peón, con mi disco de Newton; Taba,
con su rey, su liso, su tripa y su hoyo; Güitos,
los huesos del albaricoque (claro, en verano), con los que también fabricábamos
silbatos: Chapas, preferentemente
para hacer carreras por circuitos tortuosos o partidos de fútbol, aunque esto
lo practicábamos normalmente en casa. Las chapas más codiciadas eran las de Martini,
por su menor tamaño. La “creación” de un buena “chapa de carreras” era un arte,
con la cabeza de un ciclista, un cristal redondeado en la llave de las farolas,
una anilla y cera o brea para fijar todo y darle peso; y por supuesto Fútbol, que practicábamos con pelota de
goma, con pelota de trapos o papel, e incluso con piedras entre bocas de
alcantarilla enfrentadas. Con pelota,
también jugábamos al balón prisionero.
Juegos sin objeto:
Los de correr, como el peligroso látigo, que solía hacer volar al último miembro de la cadena; el divertido cortahílos, que recordaba a los
recortadores de toros; el entretenido rescate;
el tula (tú la llevas); el más
pacífico escondite o alzo la malla;
el pañuelo, que ya permitía jugar
con chicas y algunos otros, estáticos y más violentos como el dola o pídola, en el que se quedaba recibía las tabas y liques de
los que saltaban sobre él, a veces apoyándose con los nudillos, en lugar de las
palmas de la mano. La variedad del burro
hacía bueno el nombre.
Otras diversiones:
Las Vistillas, con sus vallas, sus escaleras, sus bancos y
sus poyos pétreos, nos invitaban a saltarlos y hacer mil diabluras, como las
que hoy hacen los que practican el “parkour”.
Como complemento de todos los anteriores que se llevaban a
cabo dentro del recinto de las tres plazas, también extendíamos en sus aledaños
algunas de nuestras actividades, unas sencillas y tranquilas y otras con cierto
riesgo. Por ejemplo, las cuestas de
la izquierda de las Escalerillas nos servían para deslizarnos, si era posible
sobre la tapa de hojalata de una caja de galletas; de no disponer de ella, eran
nuestras suelas o nuestro pantalón quienes se desgastaban. Las cuestas de la
derecha nos estaban vedadas porque había unas cuevas presuntamente habitadas.
Otra actividad ciertamente peligrosa, que no me atrevo a
tildar de juego eran las pedreas con
nuestros enemigos, los chicos de la calle Jerte.
Más tranquilas eran las destinadas a molestar a las chicas que jugaban pacíficamente a la cuerda, a las casillas (rayuela) o al diábolo.
Había una actividad tranquila y peripatética que recuerdo a medias
que podría llamar Sorpresa.
Consistía en visualizar siete cosas; el que lo conseguía recibiría una
sorpresa. Se paseaba por la calle y se iban localizando los objetos. Alguno de
los que recuerdo era: Ropa tendida, ¡sorpresa!
Gorra de plato, ¡sorpresa! Coche amarillo, ¡sorpresa! Carro con mula, ¡sorpresa!, y así
sucesivamente.
También recuerdo, y eso certifica mi edad, acompañar al
farolero que, con su pértiga terminada con un mechero, iba abriendo las
espitas y encendiendo las ¡farolas de gas!
Acabo con una vivencia entrañable ligada a las noches de verano
en las que después de cenar todos bajábamos a las Vistillas, para hablar,
contarnos historias o ver las estrellas fugaces, tendidos boca arriba sobre las
anchas vallas que delimitan la primera plaza.
Estupenda crónica de infancia. Sobre las pelotas confeccionadas con cualquier cosa, recuerdo que en el patio del colegio prohibieron los balones, ya que iban a parar a los balcones del vecindario o a los cristales del colegio, y confeccionábamos pelotas con papeles envueltos en plásticos, que daban su juego.
ResponderEliminarEl relato "Las Vistillas, un jardín de la infancia" es un texto autobiográfico en el que Rafael recuerda su infancia en Madrid, en los años 50 y 60. El jardín de Las Vistillas, situado en el centro de la ciudad, fue un lugar fundamental en su vida, ya que allí pasó gran parte de su tiempo libre, jugando con otros niños de su edad.
ResponderEliminarRafael describe con detalle los juegos y actividades que practicaba en Las Vistillas, así como la estructura social de los niños que allí se reunían. Los juegos eran muy variados, desde juegos tradicionales como el fútbol o el escondite, hasta juegos más elaborados como el clavo o el dola. La edad era un factor importante en la organización de los juegos, ya que los niños más pequeños debían respetar a los mayores.
Además de los juegos, Rafael también recuerda otros aspectos de su vida en Las Vistillas, como las noches de verano en las que los niños se reunían para hablar, contar historias o ver las estrellas fugaces.
En general, el relato es una evocadora descripción de la infancia de muchos de nosotros, en un tiempo en el que los juegos al aire libre y el contacto con la naturaleza eran más comunes.
Algunos aspectos concretos que se pueden destacar del relato son:
La importancia de la edad en la organización de los juegos.
La variedad de juegos que se practicaban en Las Vistillas.
La importancia de Las Vistillas como lugar de encuentro y socialización para los niños.
La nostalgia de Rafael por su infancia.