viernes, 26 de enero de 2024

Ocno Bianor, fundador de Madrid: Paco Gómez

Escudriñando en los libros de la Mitología antigua, y en viejos cronicones españoles de pasados siglos, podemos reconstruir, zurciendo retazos de noticias, cómo ocurrió la fundación de Madrid, a manera de cómo se reconstruye un puzzle histórico y legendario:

A la terminación de la guerra de Troya, sus habitantes fueron pasados al filo de la espada o sometidos a la más dura esclavitud. Solamente algunos consiguieron huir en la última noche, entre el resplandor de las llamas que consumían templos y palacios, y cuando corrían arroyos de sangre sobre el pavimento de las calles de la hermosa ciudad de Ilion.

Uno de los príncipes troyanos, Eneas, llevando sobre sus hombros a su anciano padre Anquises, y seguido por un puñado de leales, consiguió llegar al puerto y apoderarse de unas naves, con las que emprendió la desesperada aventura de encontrar una nueva patria, y tras llegar a Cartago y otros lugares, pudo recalar en Italia, donde fundó una ciudad de la que más tarde saldría el Imperio romano.

Menos afortunado que Eneas fue otro de los próceres troyanos, el príncipe Bianor, quien, no encontrando naves en el puerto, hubo de abrirse paso peleando, recorrió la Grecia asiática y después la Grecia europea, y pudo llegar al fin a Albania, donde fundó un reino. Este Bianor era el hijo de otro Bianor que en la guerra de Troya sucumbió peleando brazo a brazo con Agamenón. En Albania, pasado algún tiempo, murió Bianor y heredó el trono su hijo Tiberis, llamado también Silvio, que murió ahogado en un río, y que por sus buenas acciones y prudente reinado fue elevado a los altares como semidiós. Este Tiberis/Silvio había tenido dos hijos, el uno en legítimo matrimonio, que heredó el reino y el nombre familiar de Tiberis, y el otro lo engendró en una aldeana llamada Manto o Mantio, y a éste le puso el nombre de Bianor, en recuerdo de su antepasado troyano. Para evitar que pudieran pugnar ambos hermanos por heredar el reino, el prudente Tiberis decidió alejar de Albania al bastardo, y para ello colmó de riquezas a la madre, Manto, la cual, acompañada del pequeño Bianor, emprendió el viaje hacia la Italia del Norte, donde fundó la ciudad de su mismo nombre, Manto, que hoy llamamos Mantova o Mantua.

Cuando el niño Bianor creció y se hizo un hermoso joven, la madre quiso entregarle el reino de Mantua, pero Bianor lo rechazó, diciendo que en un sueño el dios Apolo se le había aparecido arrоjando sus flechas sobre la ciudad de Mantua, y que cuando él le interrogó por qué lo hacía, el dios le había contestado:

-Disparo mis flechas para matar a los malos espíritus de la epidemia.

-¿Qué epidemia?

-Una peste terrible que destruirá la ciudad, exterminando a sus habitantes.

-¿Y tú, poderoso Apolo, no puedes evitarlo?

-No; solamente puedo intentar luchar contra los espíritus que la traen. Pero hay un medio de impedir la mortandad. Que tú renuncies a reinar y abandones Mantua, dirigiéndote hacia el lugar donde muere el sol. Allí volveré a aparecerme a ti.

Cuando el joven Bianor explicó el sueño a su madre, ésta se burló de él y le dijo que aquella visión había sido el producto de una cena copiosa.

Pero a los pocos días murieron de una enfermedad desconocida el sacerdote de Apolo, el guardián de las murallas y el jefe de la caballería real. Comprendió la reina Manto que el sueño de su hijo había sido profético, y para satisfacer al dios Apolo autorizó a Bianor a emprender el viaje, no sin antes encargarle que en lo sucesivo se llamase con el prenombre Ocno, significando así que poseía el don de ver el porvenir en los sueños. Así Ocno Bia- nor, con la bendición de su madre, emprendió el camino de la peregrinación hacia donde muere el sol para salvar a su pueblo.

No es posible aquí relatar una por una las peripecias que ocurrieron al príncipe Ocno Bianor durante su piadoso viaje: de cómo pasó los Alpes en invierno y durmió durante tres días y tres noches en una cueva, abrazado a un oso feroz, que le dio calor con su cuerpo; de cómo un jabalí le guio mansamente hasta un valle donde encontró frutas para saciar su hambre; de cómo un cuervo le avisó de que unos sanguinarios bandidos le esperaban para matarle.

Ocno Bianor estuvo vagando por espacio de más de diez años, cruzando ríos y montañas. Se detuvo en aldeas de tribus salvajes a las que enseñó a fundir el hierro para hacer arados, observó el curso de los vientos y las nubes para predecir las cosechas y, guiado por las nocturnas estrellas, llegó por fin a un lugar en donde nuevamente se le manifestó el dios Apolo.

-Tu peregrinación ha terminado le dijo el dios, que ya no llevaba en la mano el arco con que disparaba sus flechas contra los espíritus de la peste.

-¿Puedo entonces regresar a mi ciudad de Mantua? -preguntó Ocno.

-Tu ciudad ya no es tu ciudad. Tu madre ha muerto hace ya tiempo, y tu reino ha sido ocupado por los romanos. Pero la felicidad de tu pueblo está asegurada por los dioses.

-Entonces, ¿qué debo hacer?

-Fundar aquí una nueva ciudad, poblarla y ofrecerla a los dioses.

-¿Y cómo podré hacer para que también esta ciudad sea feliz? Apolo guardó silencio y Ocno Bianor repitió su pregunta. Entonces el dios le respondió tristemente:

-Para que tu nueva ciudad sea feliz habrás de ofrecerle tu vida. Solamente cuando tú hayas muerto se habrá asegurado la pervivencia de tu ciudad por tantos siglos como vivan los mismos dioses.

Cuando despertó de su sueño, Ocno Bianor observó el terreno y lo encontró hermoso, apacible, abundoso de agua y rico en vegetación de encinas y madroños. Diseminados por los montes circundantes había pequeños grupos de chozas habitadas por gente de condición amable, que se ocupaba en el pastoreo. Habló Ocпо con el jefe de los ancianos de ellos y le interrogó: -¿Quiénes sois, de dónde venís y cómo habéis llegado aquí?

Antonio Mingote
-Nuestro pueblo es la raza de los carpetanos, y procedemos del Oriente. Nos llamamos «carpetanos» que significa los sin ciudad». Nuestros antepasados vinieron hace largo tiempo y se establecieron en esta península, donde construyeron grandes ciudades en la costa. Pero después llegaron otros pueblos y nosotros perdimos nuestra patria y nos refugiamos aquí, en el interior. Por eso nos llamamos los sin ciudad».

-¿Y por qué no habéis fundado otra ciudad como las que perdisteis?

-Porque, según nuestros sacerdotes, debemos esperar hasta que recibamos una señal de los dioses.

-Los dioses ya han decidido vuestra suerte -replicó Ocno Bianor. El dios más poderoso, el que dispara las flechas de su arco para ahuyentar a los espíritus de la peste, el hijo de Zeus y de Latona, el hermano de Diana, la que guía de noche la luna que de día caza en las florestas y en los bosques, me ha visitado,

-¿Para nosotros o para ti? murmuró desconfiado el anciano.

Ordenándome fundar aquí una ciudad para vosotros. 

-Para vosotros, porque el mismo dios Apolo me ha anunciado que yo no podré reinar en ella. El dios me ha dicho que si quiero que la ciudad pueda vivir feliz, habré de ofrecerle mi vida.

Aceptaron los ancianos la propuesta de Ocno Bianor, y en seguida llamaron a las tribus de carpetanos que estaban dispersas por toda la comarca, desde el río Tajo, el que lleva en su corriente pepitas de oro, por lo que fue llamado «Tagus aurifer», hasta las blancas sierra del Guadarrama; desde los altos de las navas hasta la llanura que se pierde por el Oriente.

Los carpetanos, los hombres sin ciudad, reunidos en torno a Ocno Bianor, comenzaron a labrar su nueva patria. Poco a poco, valiéndose de adobes cocidos al sol, trazaron el recinto de la muralla. Y dentro del recinto construyeron sus casas, un palacio y un templo, tal como habían sido las ciudades de sus antepasados.

También hicieron algunas casas de piedra para los ancianos y sacerdotes. Cuando la ciudad estuvo terminada, dispusiéronse a consagrarla

a los dioses, pero entonces surgió la discordia, pues mientras los primeros que habían hablado con Ocno Bianor aceptaban al dios Apolo, del cual Ocno había sido mensajero, los llegados de la sierra querían mantenerse fieles al culto de los toros y verracos de piedra. Para evitar la discordia, Ocno suplicó a Apolo que se manifestara y le iluminase con su sabiduría. Tras hacer oración se reclinó en el lecho y se quedó profundamente dormido. Entonces vino Apolo a su sueño y le dijo:

-La ciudad debe ser consagrada a la diosa Metragirta, llamada también Cibeles, que es diosa de la Tierra, hija de Saturno, y que lleva un disco de oro en la mano, y a la que también se llama la buena diosa.

Después añadió Apolo:

-Tu momento ha llegado. Si ahora ofreces tu vida, cesará la discordia y la ciudad se habrá salvado. Si no lo haces así, tus

hombres se matarán unos a otros y la ciudad se perderá. Cuando Ocno Bianor despertó de su sueño reunió a los ancianos y les dijo:

-La voluntad de los dioses se ha manifestado durante mi sueño. Y les explicó cuanto le había dicho Apolo. Y añadió: Ahora debo morir, y para ello habéis de abrir un profundo pozo en el que me sepultaré vivo. Cuando yo haya muerto tendréis la confirmación de cuanto os he dicho, y terminará pacíficamente vuestra discordia.

Cavaron entonces, como ordenó Ocno, un profundo pozo y labraron una gigantesca piedra para taparlo. Cuando todo estuvo dispuesto, Ocno Bianor se purificó con abluciones, ciñó a su frente una corona de flores silvestres, que ató con una cinta, y tras abrazar a los ancianos, descendió al fondo del oscuro pozo, que inmediatamente cubrieron con la losa. Todo el pueblo permaneció sentado alrededor del pozo durante toda una luna, esperando el milagro. Allí comían y dormían, y el resto del tiempo lo dedicaban a los cánticos fúnebres y a la oración.

La última noche de aquella luna se desató una terrible tormenta, y al resplandor de los relámpagos vieron todos cómo desde las cumbres del Guadarrama descendía una nube en forma de carro sobre el que se adivinaba, vagamente modelada, la figura de una mujer.

-¡Es el carro de la diosa! -gritó el jefe de los ancianos.

-Es Metragirta, la madre de los dioses.

Todos cayeron de rodillas y humillaron el rostro en la tierra, porque no se puede mirar de frente a los dioses. Entonces se sintió temblar la tierra y cayó del cielo una espesa cortina de lluvia, que obligó a todos a dispersarse y refugiarse en sus casas.

A la mañana siguiente cuando acudieron a ver el pozo que se había convertido en la tumba de Ocno Bianor, la losa había desaparecido y en su lugar había nacido la hierba entre la que aquí y allá aparecían esmaltadas flores.

Desde entonces la ciudad se llamó con el nombre de la diosa, Metragirta, nombre que, con el paso de los siglos, pasó a ser Magerit y Madrid.

La ciudad unas veces creció, otras se hizo más pequeña, alter- nativamente, pero nunca desapareció ni desaparecerá, tal como Apolo, el que dispara sus flechas contra la peste, le prometió a Ocno Bianor, y éste a los que se llamaban carpetanos, que significaba hombres sin ciudad, y que a partir de entonces ya tuvieron una patria.

Esta leyenda, como todas las leyendas, debe tener un remoto origen histórico real. Durante siglos fue creída como cosa cierta, aunque deformada y embellecida por la transmisión oral y literaria.

Sólo en el siglo XIX, al poner de moda los escritores del Romanticismo la explicación árabe de la historia y el arte español, se puso en tela de juicio el origen de Madrid como anterior a la época árabe. Forzosamente había que admitir que Madrid debía su fundación al castillo o fortaleza de Magerit, construido por el emir Muhamad I, para la defensa de Toledo ante el avance de los cristianos en la Reconquista. De Magerit saldría el vocablo Madrid, y de un castillo o fortaleza saldría una villa o pueblo cada vez más grande, que se convertiría en la capital de España.

Hoy las cosas no parecen tan sencillas. Por lo pronto sabemos con certeza que Madrid estuvo poblado mucho antes de la época musulmana, puesto que en excavaciones arqueológicas han aparecido restos de poblados de la Edad deli Hierro, de la Edad del Bronce y de otros civilizaciones no identificadas pero que prueban la existencia de una ciudad o como le queramos llamar, que abarcó no pequeña extensión en la ribera del Manzanares, llegando hasta el Arco de Santa María, donde también han aparecido objetos cuya antigüedad se remonta a una época anterior a la romanización de España. Por otra parte, los filólogos no están ya tan seguros como los del siglo XIX de que Magerit fuera el nombre creado por los árabes para una fortaleza de nueva planta, sino que parece más probable que los árabes conservasen un nombre ya existente en el lugar, aunque modificasen algo su fonética, arabizándolo. El parentesco que parece haber entre el nombre de Madrid, tal como puede reconstruirse que sería antes de los árabes, y otros topónimos del Oriente Medio, anteriores a la islamización (Mayyit en Israel, Ma- tartas en Egipto junto a Suez, y Maghra al sur de Alejandría), apoya la antigua leyenda de que Madrid fuera fundado por un personaje procedente de la Grecia asiática, como Ocno Bianoor, descendiente de la a la vez legendaria e histórica Troya.


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1 comentario:

  1. Magnífico, Paco, ya podemos saber de dónde venimos. Ahora nos falta saber a donde vamos.
    Lo único que lamento de la historia es que se diga que diga que la muralla la hicieron con adobe cuando todos sabemos que la hicieron con pedernal

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